Hay clientes que preguntan por algún libro imposible, sabiendo que no lo tenemos, sólo para gloria personal de su inútil búsqueda de tantos años que fracasó rotundamente.
Están los que se quedan en el fondo, y cada tanto, miran a escondidas el Black Book de Mapletorphe, algún culo desnudo de Lachapelle, después en el apuro los devuelven a la sección equivocada.
Los hay impacientes, que no tienen tiempo para nada, que no soportan que no encontremos los libros (ver los clientes anteriores), que el posnet no funcione a la velocidad de la luz, que para envolver un libro tardemos más de 3 segundos.
Otros clientes buscan la soledad del sillón, soledad dije, aunque es de dos cuerpos, el espacio es bastante pequeño y los lectores egoístas no soportan la cercanía de un desconocido.
Algunos dejan llevarse por los hechizos del librero, encantador y artero, siempre complaciente. Algunos de ellos reinciden, y son nuestros ángeles.
Están los solitarios que vienen a charlar de literatura. Nos cuentan sus lecturas, nos recomiendan autores, fusilan a otros. Es un placer charlar con ellos, excepto cuando hay 20 personas esperando y nos siguen charlando y charlando.
Uno de los peores, es aquel que leyó algún manual de historia y anda buscando información de los chamanes zurdos de la Amazonia, seguramente son un mito o nunca existieron, pero cuidado, nunca se los digas, ellos creen fehacientemente en lo que leyeron alguna vez.
Están también los loquitos que revuelven todo, van, vienen, pasan, miran a las chicas, a los chicos…. esos no preguntan ni compran nunca. Pero son parte de la fauna, son divertidos.
Continuará….
Qué interesante debe ser ponerse en el lugar del librero y analizar la fauna que ingresa. Tratar de sacarle la ficha a los potenciales compradores, hacia qué sector se dirijen, etc. Leyendo estas líneas me puse pensar en cómo me comporto al entrar en una librería y me resultó muy divertido.
[…] Noviembre 7, 2008 por Eterna Cadencia Para ver la primera parte, aquí […]