Por P.
El de ayer fue un día hiperproductivo en cuanto a cantidad de lecturas, aunque no estoy muy seguro que lo haya sido en cuanto a su calidad. Fue uno de esos días en que me paseo por una gran cantidad de libros, enganchándome con algunos y no pudiendo leer más de 2 páginas con otros.
El día empezó con una relectura. Requena, de Alejandro García Schnetzer, de editorial Entropía, fue el elegido para comenzar. Un librito corto, sin mucho hilo, que se puede leer con restos de efluvios alcohólicos de una Nochebuena. Recuerdo que cuando lo leí a mitad de año, me pareció un libro distinto, por su forma personal de escribirlo, con un estilo despojado de actualidad.
El libro, escrito en forma de apostillas, está basado en la relación (casi de idolatría) que construyen un grupo de amigos con Requena, un tipo «raro» a quien conocieron en un bar de Palermo, en donde paraban a charlar de literatura, filosofía y otras yerbas. El Maestro, como llamaban a Requena, es una persona solitaria -de esos solitarios que siempre andan acompañados- y muy erudita, con un gran sentido de la ironía y el humor. Un libro para saborear. Recomiendo leer una reseña más elaborada en LLP.
Luego fue el turno de un manuscrito, que por razones obvias no puedo revelar su origen ni su autoría. Una novela corta que la leí en un rato, igual que un par de cuentos de otro manuscrito, del cual tampoco revelaré nada, excepto que me gustaron, al igual que la novela.
Luego, y más entrada la tarde, fue el momento de la confusión, la apatía lectora y mi ataque compulsivo de dejar lecturas al cabo de un ratito. Pasaron por mis manos -y mis ojos- 20 páginas de Palacio Quemado, de Edmundo Paz Soldán, 30 de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, un cuento de Felisberto Hernández y otro de Mario Levrero.