Presentación: La novela luminosa, de Mario Levrero (Mondadori 2008)
Charla abierta entre Luis Chitarroni y Damián Tabarovsky.
Desgrabación: P.Z. Cuarta y última parte. [Leer la tercera parte]
Luis Chitarroni: Pero es muy increíble también cómo absorbe cada uno de los temas. Porque el tema de la beca Guggenheim, uno podría pensar que si alguien lo agarra, lo banaliza inmediatamente o lo convierte en un acto de pleitesía un poco asqueroso, ¿no? Pero él sabe tratarlo, como vos decís, como si fuera un libro de autoayuda, de bálsamo, que le devuelve la posibilidad de escribir acerca de la imposibilidad de escribir.
Damián Tabarovsky: Ese «Gracias, Señor Guggenheim», extraordinario. ¿Quiénes habrán sido los padrinos de Levrero para la Beca Guggenheim?
Luis Chitarroni: Es una buena pregunta.
[Intervención del público]: El habla en la novela de alguien que lo presenta, que lo postula en el ’78.
Damián Tabarovsky: Son cuatro los que lo tienen que presentar.
[Intervención del público]: Una pregunta. Yo la novela no la leí, pero la abrí al azar y apareció una frase que decía que a él le gustaría quedarse en la cama y no levantarse más. Le gustaría hacer lo que hizo Onetti: quedarse en la cama y no levantarse más. Pero la única diferencia es que Onetti tenía quien lo cuide. Parecería que ahí hay una especie de antagonismo implícito, ¿no? «Onetti puede hacer esto porque tiene quién lo cuide, a mí no me cuida nadie».
[Intervención del público]: Me parece que la gran diferencia es el humor. Lo que lo distingue a Onetti de Levrero es el sentido del humor. Levrero es una persona con sentido del humor, a Onetti no me lo imagino con una carcajada.
Damián Tabarovsky: Salvo que son uruguayos, no los pondría en una serie a Onetti y a Levrero.
Luis Chitarroni: Salvo por ese placer horizontal. No sé si cabría Levrero con esa agüita de Onetti que era siempre un whiscacho, ¿no? Como el que tengo aquí. Es rara también esa lucidez de Levrero, aunque uno encuentra también en escritores como Osvaldo Lamborghini -quien uno sabía que estaba escribiendo probablemente con muchas pastillas encima y con mucho alcohol- una sobriedad esencial cuando escriben, ¿no?
Pero también en este libro hay una cuestión del coleccionismo, el coleccionismo de literatura policial, sobre todo de la literatura que supuestamente los escritores no leen, y de ese raro prodigio que es Rosa Chacel. Curiosamente menciona, para mí, lo menos interesante de Rosa Chacel. Rosa Chacel tiene un libro que se llama Icada, Nevda, Diada, que para mí es uno de los cuentos más increíbles que se haya escrito en español. No lo recuerdo claramente pero es como que hay una asociación de lingüistas que sólo pueden producir el término cero, y el término cero a su vez, produce, estas tres palabras, que son «icada, nevda, diada». Es un libro acerca de la generación de la palabra, como creo que La novela luminosa es. Porque creo que un hombre que estaba acostumbrado a la rutina de sequía, de poco estímulo, por lo menos de Levrero, generar una página u obligarse a escribir una página tiene también eso de generación de la palabra…
A mí me hizo acordar -perdoná por la referencia-, porque el tema de La novela luminosa es también el tema de muchas primeras novelas. Me hizo acordar a la primera novela de Damián Tabarovsky, que se llama Fotos movidas, que trata de este tema.
Damián Tabarovsky: [Interrumpe] Dejame hacer una aclaración, yo no quiero hablar de mi primera novela. [Risas] Sólo de un aspecto [inaudible]. Héctor Libertella ganó el premio Juan Rulfo, no sé en qué año, en la década del ochenta. El jurado era Sarduy. Es un premio que estaba en Francia: hay un premio Juan Rulfo clase A, que es el que daban Guadalajara, que ahora le prohibieron el nombre, y un premio Juan Rulfo clase B o C, que da Radio Francia Internacional en París, que es como decir 5,000 dólares. Libertella era un poco de la línea de Levrero, siempre iba a la cosa más looser. Se presentó, entonces, a ese premio con un jurado muy vanguardista: Sarduy, no sé quién más, y Ramón Chao -que era director de la radio, periodista, el papá de Manu Chao, y biógrafo de Onetti, justamente-. Y gana, obviamente, Héctor. Yo leí esta novela, era amigo de Héctor, y dije «yo también quiero ganar un premio vanguardista». Eran 30,000 francos, es decir, 5,000 dólares. Como es un jurado vanguardista voy a escribir 30,000 veces «denme los 30,000 francos». [Risas] [Inaudible]
Estamos hablando todo el tiempo de si se parece, si no se parece. Estamos en el país de las antinomias, como dice Nelson Castro. Entonces también Levrero, en un punto de vista editorial, ya que estamos hablando también de ese aspecto, es un poco el anti-Bolaño. En el sentido en el que Bolaño y Levrero ambos se murieron y uno tiene la sensación que Anagrama se está forrando de guita y que Mondadori puede llegar a quebrar.
Luis Chitarroni: [Risas]
Damián Tabarovsky: No defiendo ni critico al otro, pero uno tiene la sensación que hay denodados esfuerzos mundiales de Mondadori: este libro se publicó en España y en España se publicaron tres más ahora, y acá la gerencia de marketing organiza este evento y hay grandes esfuerzos con un libro que prontamente va a estar saldado. Lo cual no habla de la calidad del libro
Luis Chitarroni: [Interrumpe] Sino de la política de Anagrama que no salda sus libros.
Damián Tabarovsky: Sí, no. No quiero hablar institucionalmente, uno tiene la sensación que, bueno, si hubiéramos hecho una mesa redonda sobre Bolaño acá habría 50 personas. Hay algo de eso…
Luis Chitarroni: Pero eso tiene que ver con el perfil looser que vos decís, en el sentido que Bolaño es la usina de las historias. Aunque no sea así, se presenta como una especie de millonario del relato. «Lo único que se puede producir en el mundo son relatos: yo produzco relatos, los manufacturo, y los mando al mercado». La verdad, no es mi taza de té Bolaño. Me parece un tipo valioso y me encantó leer sus reportajes, pero cuando leí las críticas de Bolaño, de lo único que uno puede enterarse es de dónde leyó el libro. Y me parece que, en cambio, uno puede saber exactamente dónde está, a lo mejor sí, esta cuestión de meritocracia es un poco antipática, pero uno sabe que el vagabundeo de ese personaje que es siempre para sí el novelista, siempre para uno el novelista que uno trata de ser, es algo más que ese lugar donde alguien está consternado, ¿no? Precisamente porque el producir historias tampoco sería una cosa muy difícil como Levrero.
Damián Tabarovsky: Para nada. Además las hizo.
Luis Chitarroni: Bueno, yo creo que se ha abundado mucho. Lo dije muchas veces también yo, con esta cuestión de «sólo quiero contar una historia». ¡Un carajo! ¿Viste algún boxeador «sólo quiero contar una historia»? ¡No! No solamente quise contar una historia: quise contarla de tal manera, darle un tratamiento especial, quise que oyeran tal cosa. No todo es tan eficaz en el mundo como contar una historia. Perdón por el exabrupto.
Damián Tabarovsky: No, no, comparto plenamente. Pero es interesante lo que está pasando con Levrero. La otra duda es por qué se cambió el nombre. Porque él se llama Valotta.
[Intervención del público]: Se llama Jorge Mario Valotta Levrero.
Damián Tabarovsky: Claro.
Luis Chitarroni: Es raro igual, Levrero con V corta.
Damián Tabarovsky: Mirá, yo estaba en Interzona y un día me llamó la viuda. Me pasan y yo no había entendido quién era, y me dice «yo quería saber cómo es el tema de los derechos, cuánto facturó este mes Jorge». ¿Qué Jorge? No hay ningún Jorge en Interzona, qué Jorge Publicamos. Y me dice: «Jorge, El discurso vacío«. [Risas]
[Intervención del público]: El en la vida privada era Jorge Valotta. En la vida pública era Mario Levrero.
Damián Tabarovsky: Claro, el tema de la disolución de la identidad, que es otro de los temas de La novela luminosa, un tipo que se cambia su nombre, su esposa lo llama de una manera, su editor de otra, hay todo un trabajo de disolución de la identidad, de borrar las huellas del nombre propio, que también es muy presente en Levrero, porque finalmente esta es una novela escrita en primera persona. Que también es otro de los temas, si bien Levrero no es responsable, que también abunda y sobreabunda en los últimos años. En España lo llaman «autoficción», que es un nombre impresentable: o sea, habría autoficción y ficción de otros. Pero también hay una liviandad en lo que se está escribiendo en primera persona como si el yo y la identidad fueran cristalinos, transparentes y no el resultado, la desembocadura de un largo combate intelectual, generalmente cargado de derrotas.
Pensemos que de lo que estábamos hablando hace un ratito sobre el texto en los sesenta, la teoría de los sesenta es una literatura que está en contra de la primera persona, del autor, en contra del sujeto. Me acuerdo de veinte frases. Mi favorita es de Rizoma de Deleuze y Guattari: «No no decir yo, si no llegar al punto en el que decir yo no tenga la menor importancia». Y ahora, es como una especie de reflujo de la historia, en el que escriben un yo lineal y casi de empatía entre el sujeto de la narración y el autor, el autor biográfico. Y Levrero pone esa cuestión de una manera radical.
Luis Chitarroni: Bueno, en eso también es muy proustiano.
Damián Tabarovsky: Claro. «Yo» es una palabra muy cargada de sentido para trivializarla como se lo está trivializando en la literatura contemporánea, y como que Levrero habrá tenido esa intuición también. La palabra que mencionabas hace un rato: «experiencia»; hablabas de imaginación vs. experiencia.
Luis Chitarroni: Sí, experiencia no tiene buena reputación en la lengua española.
Damián Tabarovsky: Como te conozco, sé de dónde venís. Chitarroni es más anglófilo. Viste que todos los escritores anglófilos argentinos tienen apellido italiano: Bianco, Chitarroni, Pezzoni. Hay que ser italiano para ser anglófilo. Pero fuera de eso, veo de dónde estás viniendo. Experiencia también es una palabra que Levrero está poniendo en cuestión. Porque a mí como lector me sale una aversión. Una novela en primera persona, tan biográfica, yo lo leo como que todo lo que dice es mentira, que no tiene nada que ver con su vida real. Me sale a mí como lector esa sensación. Porque así como es fácil contar historias, también es fácil contar…
Luis Chitarroni: Sí, sí, sí. Una especie de falso diario.
Damián Tabarovsky: Quiero decir, a todos les pasa lo que le pasó a Levrero, por lo menos a nosotros dos seguros nos pasa. No sabemos usar el Windows y un montón de cosas por el estilo, nos va mal con las mujeres, y no tenemos plata. Y no tenemos el talento de Levrero. Por lo menos yo, vos sí. Vos escribiste Peripecias del no.
Luis Chitarroni: Yo hace rato que no tengo experiencias con las mujeres.
Damián Tabarovsky: Cumplimos los mismo requisitos que Levrero y no escribimos esa novela. Experiencia remite…
Luis Chitarroni: [Interrumpe] Vos decís que hay un montón de sujetos vacantes que podrían dar.
Damián Tabarovsky: Claro. En los muchos sentidos, la expresión experiencia es científica. La experiencia científica. Hacemos un experimento científico. Repetimos las condiciones, debería dar el mismo resultado en el laboratorio. Somos rioplatenses, nos va mal, no usamos el Windows, no tenemos plata, queremos ser escritores. Me gustaría escribir en primera persona y yo escribí solamente una novela pésima. Por qué no me pasó lo de Levrero. Bueno debe haber algo que no alcanza con la experiencia entonces. Debe haber otra cosa.
Luis Chitarroni: Bueno, igual sería interesante saber cómo el es Jean Santeuil de Levrero. Ver qué proyecta a partir de estos libros últimos Levrero como escritor de fajina. Escritor en un medio hostil, como le tocó ser. Escribir en Humor, no me acuerdo dónde escribía. Lo que te decía, difícilmente haya una obra más errática que la de Levrero, que si vos la querés conseguir en las primeras ediciones te volvés loco.
Damián Tabarovsky: ¿Cuál es el cuento que habías leído?
Luis Chitarroni: Uno que yo creo que se llama «El encarnado». Pero me parece que era un cuento sobre Cristo. Totalmente… Era Ediciones Arca, una tapa horrible, bien de la época, con algo entre cristiano, metafísico y comunista. [Risas]
Damián Tabarovsky: Bueno, no sé si querés agregar algo.
Luis Chitarroni: No, quiero agradecerles mucho la atención.
[…] tal vez más inteligentes, seguramente más interesantes, sobre esta obra visitar la página de Eterna Cadencia y desde allí retroceder, que sería una forma de avanzar, para leer ciertas desgrabaciones […]