No te habrá de salvar lo que dejaron
Escrito aquellos que tu miedo implora;
No eres los otros y te ves ahora
Centro del laberinto que tramaron
Tus pasos…
Jorge Luis Borges, «El Ápice»
Por Martín Hadis*
Es sabido que Borges se sumergió, en sus últimas décadas de vida, en la literatura el norte Europeo. En las sagas que narran los viajes de vikingos procedentes de Suecia, Dinamarca y Noruega, Borges encontró un eco septentrional del culto del cuchillo y el coraje que antes había celebrado en los arrabales de Palermo. Hay sin embargo en Escandinavia un país casi secreto, Finlandia, del que casi nada se sabe en estas latitudes y que Borges omite mencionar -y con razón- en sus análisis de literatura germánicas. La razón no reposa solamente en que Finlandia sea un país remoto, surcado por lagos y por bosques frondosos, atravesado por el círculo polar ártico, en el que las noches y los días duran meses. El motivo es más bien lingüístico: los finlandeses constituyen una nación aparte. Si bien comparten varios rasgos culturales con sus vecinos escandinavos, las raíces de los finlandeses son asiáticas. El sueco, el noruego y el danés son lenguas emparentadas entre sí; el idioma finlandés no sólo no tiene nada que ver con esas lenguas escandinavos sino que tampoco tiene ningún vínculo lingüístico con ninguna otra lengua de Europa (excepto con otra de origen también asiático, el húngaro, del cual es pariente muy lejano). Que se hable finlandés en la península escandinava es, en cierto modo, tan extraño como si allí se hablara un dialecto japonés.