Les presentamos el cuento «Química y tabaco», incluído en la antología Vagón fumador, compilada por Damián Ríos y Mariano Blatt, que ayer salió publicado en la revista del diario La Nación.
Por Elvio Gandolfo*
Nunca llegué a fumar. No me atacó la costumbre en la secundaria, el momento ideal. Igual no sabía qué hacer con las manos en los ascensores, cuando iba al centro, a entregar trabajos del lugar donde era cadete. Sospecho que eso retrasó considerablemente mi avance, no hacia la madurez, sino hacia la imagen de la madurez. Lo que veo cuando miro con el recuerdo aquellos años es invento puro, desde luego, pero psicogeográficamente creo que se ajusta bastante a la verdad.
Tenía poco más de diecisiete años y me invitaban a la única reunión del año que yo solía aceptar con tipos y tipas de más o menos mi misma edad. Justamente porque no quería dar la imagen de la edad que tenía, tenía un neurótico profundo oculto en alguna parte de mi espíritu que me llevaba a proyectar una imagen supuestamente mucho más madura. Así que no bailaba, no hablaba, no me reía, me quedaba en un rincón del cuarto cargado de tipos como yo pero distintos, y mascullaba entre dientes mi aburrimiento o mi rencor, sobre todo cuando alguna mujer (o muchacha) se acercaba y me invitaba explícita, verbalmente, a bailar.
«No», decía yo, corto, seco, casi un fumador, pero sin cigarrillo, con las comisuras de los labios hacia abajo y una barba de tres o cuatro días. Si era alguien que me gustaba mucho, agregaba: «Gracias».
Y cuando miraba desde lejos a los que fumaban, si los había, empleaba un tono resentido para pensar: «Que fumen ellos, si quieren».