Por P.
Después de sentirme un contrabandista, y de convencer con mis dotes de pésimo vendedor a la gente de la librería Libros de la Arena para que acepten nuestros libros, estoy en condiciones de afirmar que…. ¡hemos empezado a copar el mercado uruguayo! Evidentemente, no es la distribución soñada y que queremos, pero hasta que terminemos de arreglar la distribución en nuestro hermano país, es un orgullo saber que nuestros títulos están por lo menos en una librería de Uruguay.
Como dije en un post anterior, soy amigo de la gente de la librería, por lo que en realidad no fue dificil que acepten nuestros libros. Lo que no fue tan fácil fue pasar los libros por la aduana. Resulta que yo cargué los libros en una caja sin siquiera pensar que estaba llevando algo prohibido y cuando estaba pasando la frontera, un señor, con cara de muy pocos amigos y que sujetaba tres perros que olfateaban todo lo que pasaba a sus alrededores, me preguntó qué tenía en la caja. Yo le dije que eran libros, y que si quería que la abra. ¡Y aceptó mi convite! No debe haber sido justamente la prolijidad la causa por la que lo aceptaron para trabajar en la aduana supongo, ya que luego de tres segundos la ex caja era justamente eso.
Lo peor fue cuando empezó a distinguir que los libros se repetían y tenían muy poca pinta de ser para mi lectura de vacaciones. Comenzó a indagarme: que si venía a trabajar o de vacaciones, que por qué traía tantos libros, que para qué, que por qué había 5 de cada uno. Yo -que a esa altura me había dado cuenta que estaba cometiendo algo así como un ilícito- le contestaba con mi mayor cara -sí, de boludo, sepan disculpar- que eran para regalar a mi familia que venía a visitar, que se imaginara qué orgullo que era para mí haber editado libros y traerlos de regalo para mis seres queridos.
No me creyó ni un poquito, imagino que fui la persona número 6234 que le hizo un verso parecido. Pero por suerte (para ésta ocasión, que quede muy claro) a la gran mayoría de la gente no le gusta leer, y tampoco tiene muchos contactos libreros en donde colocar «mercadería incautada», por lo que después de amenazarme con ojos pedigüeños de que esa mercadería debía estar declarada y de ver que yo seguía impasible con mi cuento del tío (o de los tíos), me dejó ir, no sin antes farfullar un discurso acerca de la declaración de mercadería y tal, el cual intimamente pensé que no se lo creía.
Ya más tranquilo, seguí viaje, y como dije anteriormente, en la Librería de la Arena aceptaron nuestros «hijos», así que por lo menos por un mes -hasta que vuelva un familiar de viaje- nuestros libros estarán en otro país extranjero. Ya en un par de meses, lo haremos de una manera más profesional.
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