Por P.Z.
I
Abelardo Castillo participó ayer del segundo encuentro de nuestro ciclo «Los martes de Eterna Cadencia». Anticipando la desgrabación de la charla, que publicaremos mañana, quisiera referirme al temporal de sensaciones que provocó su presencia -y que tal vez empujó la lluvia que hoy nos acompaña-. Durante unos 40 minutos, Castillo se adueñó del público -y debo decir: también del entrevistador-, manejando el ritmo de cada respuesta, alternando entre máximas de escritor consagrado, apreciaciones de lector voraz e ironías de hombre lúcido.
II
Imposible saber qué esperaba encontrar cada asistente. Sí puedo saber -aunque sólo en parte, señor Freud-, qué esperaba yo. No quería parecerle inteligente; por supuesto que no me interesaba quedar como un estúpido. También sabía que era difícil que le preguntara algo que no hubiera respondido alguna vez, aunque creo que lo sorprendí con la apreciación sobre las ensaimadas. Soy admirador de Castillo: simplemente quería tener la chance de dialogar con él.
Tenía mis preguntitas preparadas, tenía algunas ideas para conducir la charla. La primera respuesta de Castillo bastó para demoler mi castillo de naipes. Algo que le agradezco infinitamente, porque sin libreto pude disfrutar (y sufrir) mucho más la entrevista.
III
Algunas frases de Abelardo Castillo:
Con esto de que las presentaciones están de más me pierdo todos los elogios.
El lector es el responsable de descubrir los autores en la Argentina. Porque si vamos a esperar a la Academia o a los críticos literarios vamos a parar a la más negras de las inculturas.
Cuando vos ves mucho huijas, mucho apero, mucho sal con cuero y mucho mate, lo que no vas a ver ahí es un gaucho de la realidad: vas a ver un escritor haciéndose el malandrín.
El que no ha leído Los hermanos Karamazov no entra en mi taller.
Todos los escritores son para leer en la adolescencia. Un escritor que no puede ser leído en la adolescencia es un mal escritor.
IV
El espacio para las preguntas del público quedó vacante. Alguien se acercó a confesarme más tarde que, aunque quería hablar, no se animó: tal es la imagen intimidatoria que parece proyectar el escritor.
Terminada la charla, Castillo junto a su mujer y un grupo de exalumnos del taller ocuparon una mesa del bar, pidieron cafés y cervezas, y me invitaron a sentarme con ellos. En algún momento, mucho más descontracturados, le dije a Castilo: «La pasé muy bien, aunque usted me retó varias veces». Antes de que él pudiera contestar, uno de sus alumnos me dijo: «Yo te iba a decir que no sabés lo bien que se portó con vos».
Fotos: Lucio Ramírez
Ya hice un comentario. Y dije por qué no pregunté. Y ahora probablemente despues de leer este par de reflexiones que nos tiró ayer como un exocet diría que tal vez temí que me destrozara también, porque no fui a decirle que estaba en desacuerdo por ejemplo con el tema de la adolescencia y los autores. Leí de muy chica autores relevantes, y sin embargo hoy al reelerlos muchísimos años después siento que sino lo hubiera hecho no hubiera podido decir que los había leído. (Rayuela-Sobrehéroes y tumbas) Había pasado por alto tantas cosas. Gracias por este espacio GM
Yo fui uno de los intimidados, tenía varias preguntas y no me animé a hacerle ninguna. De cualquier manera disfruté mucho de la charla.