Desgrabación de la Charla Abierta con Abelardo Castillo
Ciclo: Los martes de Eterna Cadencia – Fecha: 10 de marzo de 2009
Entrevista: Patricio Zunini
Desgrabación: P.Z.
Segunda parte [Leer la primera]
Usted escribió el prefacio de La joven guardia. La joven guardia es una antología de escritores de menos de 35 años, que estuvo a cargo de Maximiliano Tomas. De alguna forma, ese libro es casi fundacional de esta generación, así que usted, en un punto, se convirtió en una especie de padrino de ellos. ¿Cuál es la relación que tiene hoy con el escritor joven?
Primero no soy en absoluto padrino de los escritores de La joven guardia, conocí a uno o dos escritores. Escribí ese prólogo sin haber leído el libro, y aclaré las razones por las que no había leído el libro. Me pidieron un prefacio que fuera un acompañamiento a esos jóvenes escritores, el prólogo corría por cuenta de otra persona. Pero de ninguna manera quise ser padrino de ninguno de los que había ahí, aunque había algunos escritores que escribían en ese libro que yo conocía y admiraba. Pero me tomé el trabajo de no leer los textos para no tener que opinar sobre los textos porque muy probablemente hubiera estado en desacuerdo con el 90% de lo publicado ahí.
Pero un texto suyo es una carta de presentación.
Y sí, seguramente se me lo pidió por eso, pero quiero aclarar cuál es mi posición al escribir ese artículo. Era un acompañamiento a los jóvenes escritores que empezaban a publicar en ese libro, pero de ninguna manera, ni yo me siento padrino de ellos, ni creo que estos escritores se sientan ahijados míos. Algunos me deben detestar meticulosamente. Después yo leí el libro, y te diría que levemente me arrepentí que estuviera ese prólogo. [Risas]
¿De ellos a quién lee?
A Gonzalo Garcés, por ejemplo. A Samanta Schweblin, que me parece una extraordinaria cuentista, y algunos que no están en ese libro deberían estar, como Paola Kaufmann. Paola Kaufmann tenía la edad suficiente para estar en ese libro y no estaba. Ni hablemos de otros que tengo acá muy cerca [estaban presentes en la charla], como el joven [Juan José] Burzi o Marina Porcelli que tampoco están en ese libro y tenían edad para estar.
Pero con esto tampoco juzgo el libro, porque mi decisión fue libre y al mismo tiempo comprometida en ese sentido. Se me pedía un texto y yo aclaré que no iba a tener tiempo de leer el libro, que si querían sí lo hacía, pero que debía aclarar en ese texto que yo no había leído el libro. No estaba prologando a los autores, estaba acompañando el libro. Si se servía para algo mi firma, cosa que dudo porque no creo que los lectores se hayan arrojado desesperados porque han visto en la tapa “prólogo de Abelardo Castillo”, no creo eso sirva para vender un libro en ninguna parte, pero si eso servía para algo, bueno perfectamente. Era una metodología que utilizábamos en la época de El escarabajo de oro, que algún escritor conocido se hiciera cargo de los escritores desconocidos. Lo hacíamos con los concursos literarios, cosa que se podría volver a hacer. Le pedíamos a cuatro o cinco escritores muy conocidos y excelentes, Roa Bastos, por ejemplo, o Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, etc. que fuera jurado de un concurso. Y premiaban ellos a determinados autores, pero nunca pedíamos que fuera un solo premio sino que se premiara a cuatro o cinco, para poder publicar un libro.
Después les pedíamos a esos autores que también publicaran un texto en ese libro. Vale decir que el lector tenía como anzuelo el nombre de Roa Bastos o Beatriz Guido, pero al mismo tiempo los tenía a estos escritores compitiendo con los jóvenes escritores que se publicaban en el libro y ocurría a veces que los cuentos de los jóvenes escritores podían ser mejores que lo de algunos de los célebres escritores que los habían juzgado. Y eso era interesante en dos sentidos: en el sentido literario puro, y también en el sentido de promoción del libro. Acá, no sé, supongo que se hizo meramente en el sentido de promoción, pero no creo que sea una buena promoción para nadie.
Y puestos a leer, ¿a quién lee hoy? No digo de esta generación sino en general. Ser escritor es un compendio de Poe, Hemingway, Sartre, Buzzati.
[Toma el libro Ser escritor, abre y lee] Mirá: los escritores que están nombrados acá deben estar acá en el índice. San Agustín, Schopenhauer, Nietzsche, Sartre, Leopoldo Lugones, Benito Lynch, Adolfo Bioy Casares, Arturo Cancela, Macedonio Fernández, Sarmiento, Miguel Cané, Enrique Larreta… Que se lea a Enrique Larreta no significa que uno admire a Enrique Larreta. [Risas] Héctor Tizón, Manuel Gálvez, etc., etc., etc., Bernardo Jobson, Beatriz Guido, Macedonio Fernández. Esos son los escritores que leo.
Yo leo, no tengo escritores… Por ejemplo, el último libro que está junto a mi cama es Los hermanos Karamazov porque le he pedido a la gente de mi taller que traigan leído Los hermanos Karamazov, como hago casi todos los fines de año, y el que no, no entra a mi taller, como lo sabe perfectamente Burzi y algún otro que está por acá. El que no ha leído Los hermanos Karamazov no entra a mi taller: si después de unos años ya no tenés el espacio espiritual suficiente para que quepan Los Karamazov entonces tomate más tiempo, lee Los Karamazov, y después hacemos todos los talleres literarios que quieras.
Entonces, lo último que estoy leyendo son Los hermanos Karamazov. Uno de los últimos libros que he leído es prácticamente la obra entera de Sándor Márai, lo que no leo en general son autores jóvenes.
¿Por qué?
Porque a partir de una determinada edad ya no se leen autores jóvenes, casi no se leen contemporáneos.
Cuando lo conocí a Borges, le hice la misma pregunta y me dijo que no, que no leía autores contemporáneos. Me dijo “hace once años que no leo”. En Borges esto era razonable porque Borges era ciego, pero un tiempo después le hice la misma pregunta a Sábato, y me dijo que ya no leía más contemporáneos y que hacía once años que no leía. Entonces descubrí que hay una edad de la vida en que uno hace once años que no lee. [Risas] Yo estoy hace como veinte años en esos últimos once años de lectura.
Lo que no implica no leer libros. Soy un ferviente lector, como diría Borges: un agradecido lector, pero me tienen que asegurar con mucha vehemencia que este autor joven, o que este autor nuevo o desconocido para mí -para mí- que me presentan es digno de ser leído. Porque no te olvides que tengo 74 años; en mi biblioteca tengo más deudas que haberes. Y a veces pienso por qué voy a leer como un salto al vacío a cualquier escritor joven que todavía no me ha demostrado o que no ha demostrado a alguien que yo tenga determinado respeto literario que es un gran escritor y sigo salteándome a Petronio. Me parece una falta de respeto.
Una de las cualidades particulares de la gente que escribe, cuando empieza a escribir es que quieren que lo lean. Lo que me parece bien, pero vos les preguntás: ¿has leído a Tolstoi, has leído a Dostoievski? no, ¿has leído a Sartre? todavía no. Bueno, ellos también querían que los leyeran. [Risas]
Cómo puede ser que yo tenga que leer al último escritor de 25 años que viene con su carpeta, y ese escritor, que quiere ser leído y me parece muy bien, no se haya tomado el trabajo de leer a Nietzsche cuando tenía 25 años, por ejemplo, o a Sartre o a Flaubert.
A medida que crecés vas leyendo, y a veces mucho más que cuando eras joven, pero te tienen que garantizar muy bien que ciertas lecturas son realmente interesantes. Cuando yo era chico, era adolescente, mi director espiritual en ese sentido era un librero que se llamaba Fiorentino, de José María Moreno y Rivadavia. Yo le preguntaba qué salió y me decía “La peste y hay que leerlo” y yo leía. Ahora bien: ahora no tengo ese librero, y no hay ya libreros para hombres que pasaron los 70 años. Por lo tanto, tengo que manejarme con mi propio conocimiento. Yo puedo hacer sí de librero, y decirte que tal vez leer a determinado escritor sea menos interesante que terminar de leer a Stendhal. Tal vez sea más interesante pegarle una hojeadita a Rojo y Negro que la última novela que ha salido de cualquiera de los escritores norteamericanos que están escribiendo en este momento. Y es con ese criterio con el que yo leo también.
Recuerdo una frase, que la suelo citar, de Isidoro Blaistein a Humberto Costantini. Teníamos todos 25 años, Humberto tendría 35; había publicado un libro, nos lo dio y a la semana siguiente nos preguntó qué nos parecía. Todos le dijimos qué nos parecía, teníamos un respeto evidente por Costantini, yo lo sigo teniendo y es uno de los escritores que he publicado en esta colección [se refiere a Los recobrados]. Isidoro, cuando Humberto le preguntó qué le había parecido el libro, le dijo: “Pero vos está loco, no terminé de leer a Dickens y te voy a leer a vos”. [Risas] Eso me sirvió como modelo de respuesta para este tipo de pregunta. [Risas]
¿Usted descubrió que Charlie Parker era El perseguidor de Cortázar?
Por lo menos lo escribí. Si fui el primero, que creo que sí, no sé, pero cuando me puse en contacto con Cortázar, Cortázar me agradeció el descubrimiento de Charlie Parker, en las iniciales Ch.P. del cuento “El perseguidor”, y creo que nuestra amistad -o lo que fuera- nació por esa crítica que yo escribí en el ’59 o en el ’60. Fue probablemente una de las primeras críticas que se publicó de Las armas secretas. Yo decía que Johnny Carter no era un personaje de ficción; era un personaje que estaba basado en Charlie Parker, y que toda la historia de Johnny Carter era una historia de Charlie Parker. De ahí que cuando Cortázar, para derivarnos a temas menos puntuales, dice que él escribe sin saber adónde va, miente. Juega con una especie de auto cortesía que tenemos todos los escritores para admirarnos y sentirnos extraordinarios. [Risas]
Cortázar sabía perfectamente dónde iba como lo prueba uno de sus mejores cuentos. Desde la primera palabra que escribió en “El perseguidor” hasta la última sabía a dónde iba. Todo ese cuento, uno de los cuentos más notables de la literatura en nuestro idioma, está hecho sobre una historia que ya conocía Cortázar, del mismo modo que conocía también la de otro de los cuentos notables que hay en ese libro, que es “Las armas secretas”. A mí me confesó, lo tengo en una carta, que siempre tuvo problemas con el final porque no podía engarzar el final real que él tenía en la cabeza con el final estructural, que es que el debe aparecer en el cuento.
Hay dos cosas distintas en el cuento: una cosa es la acción final, que determina el final del cuento, y lo otro, como diría Quiroga, las palabras con las que escribimos ese final. Eso es lo que no podía hacer encastrar Cortázar, y siempre lo tuvo como problema. Pero quiere decir que conocía perfectamente el final del cuento.
Yo no creo que haya un gran cuentista que no conozca los finales de los cuentos que está escribiendo. Y si no los conoce es porque ya tiene una confianza casi desmedida en su propia palabra y sabe que su inconsciente lo va a llevar hasta el punto correcto. Si es cuentista, ningún problema. Ahora, si no es cuentista, lo mejor sería que tratara de conocer el final de lo que escribe; si no es cuentista y está escribiendo cuentos. Porque es muy triste llegar a la página cincuenta sin saber adónde va uno: resulta que todavía no es una novela ni lo será nunca, no es un relato largo, ni un cuento que no tiene final. Entonces, mejor saber adónde van las palabras. Cortázar, y esto te lo puedo asegurar, lo podía decir con el mismo énfasis con el que lo estoy diciendo yo. Lo que pasa que a veces se ponía coqueto y decía que él escribía como iluminado, no sabía adónde iba y las palabras lo llevaban solo. ¡Mentira!
Hay prejuicio habitual con Cortázar: se dice que es un escritor para leer en la adolescencia.
Todos los escritores son para leer en la adolescencia. Un escritor que no puede ser leído en la adolescencia es un mal escritor. Yo he leído a Dostoievski, a Kafka, a Sartre, a Cervantes, a Simone de Beauvoir, a Stendhal, a Flaubert. Los he leído en la adolescencia. Todos los que están acá, que ya han pasado la adolescencia, ¿cuándo leyeron los grandes libros? Se lee en la adolescencia.
De ahí que haya dicho yo muchas veces que la adolescencia no es una especie edad cronológica, es un estado. Ese estado es algo que es muy parecido al talento. El adolescente siempre es talentoso y abierto a todas las ideas y a todas las formas literarias y estéticas. Puede comprenderlo todo, porque de lo contrario cómo es posible que los adolescentes se enamoren de un escritor como Herman Hesse, que escribe sus grandes libros alrededor de los cincuenta años, que era uno de los poetas más intensos de la lengua alemana, que tenía una cultura goethiana casi escandalosa y sin embargo los adolescente no sólo lo comprenden sino que lo aman. Y todos los adolescentes leen Siddhartha o leen Demian. Cómo puede ser que ese adolescente de 16 o 17 años, uno de ellos era yo, comprenda a esa edad las ideas de un hombre de cincuenta que se ha pasado la vida pensando. Porque la literatura es para la adolescencia.
¿Qué es lo que ocurre con los adolescentes? Que crecen. Algunos se transforman en veterinarios, en farmacéuticos, en estúpidos, como está bien que ocurran las cosas. [Risas] Y otros, sean lo que fueren, conservan ese punto adolescente que les permite seguir comprendiendo las cosas, admirando las cosas y asombrándose de las cosas como si tuvieran dieciocho años. No importa que tenga setenta. Lo fundamental es que miran el mundo desde su adolescencia y el ser adolescente que no se murió. Eso mismo también lo dice Herman Hesse, qué es la marca de Caín si no es la marca de la adolescencia.
Por eso si es un reproche a Cortázar que se lo lee en la adolescencia es un reproche muy mal hecho porque es la virtud de Cortázar ser leído por adolescentes.
Usted tuvo la oportunidad de trabajar con él en El ornitorrinco.
Sí. Trabajar es una palabra… En realidad ni él ni yo trabajábamos. [Risas] Nos mandaba unos textos y nosotros los publicábamos. Era amigo nuestro y amigo postal. El fue colaborador de El escarabajo de oro y de El grillo de papel, incluso. Cuando yo escribí esa crítica, me dijo “le voy a certificar algunos pálpitos”: porque yo sostenía que él iba a escribir novelas, que estaba como abandonando el cuento, sostenía que Ch. P. era Charlie Parker, y que le tenía que haber costado mucho el final de “Las armas secretas”. Me dijo “¿cómo ha adivinado todo eso?”, que era cierto, y me explicó por qué, etc.
Luego seguimos escribiendo y se transformó cuando tuve que explicar “mire que somos una revista de izquierda”, Cortázar en esa época era un escritor al que no podías poner en la derecha, pero si había un lugar para ponerlo no era la izquierda, y vivía en Francia y no conocía a casi nadie. Entonces le tuve que avisar cómo era nuestra revista. Me mandó una carta diciendo que eso se le hacía mucho más leíble, lo recuerdo perfectamente la palabra porque no utilizó legible: leíble. Y aceptó ser colaborador de nuestra revista. Inmediatamente le pedimos un texto inédito, naturalmente. Nos mandó dos o tres, qué sé yo. Y desde ese momento fue colaborador permanente de El grillo de papel, de El escarabajo de oro, hasta su muerte.
Hay una frase que dice Esteban Espósito en El que tiene sed que dice que “un argentino que no visitó París es como un uruguayo”.
Sí, lo dice en broma, naturalmente. Sí, yo siempre he creído que para cierto tipo de argentinos, no haber visitado París es parecido a lo que le pasa a la gente de Montevideo cuando no conoce Buenos Aires. Todos queremos ir a París, pero para tomar mate en París. [Risas] Acá nunca tomamos mate, pero en París hay que tomar mate, leer los recortes de Mafalda, nos volvemos nacionalistas en París. Y es una broma que hace Esteban Espósito, pero también Esteban Espósito, años antes, en Crónica de un iniciado, en realidad la frase es de Santiago, dice que hay dos tipos de mujeres en la Argentina: las que quieren irse a París y las que quieren irse a Brasil. [Risas]
¿Cómo es la relación en sus cuentos con el destino? Parecería que todos los personajes tienen un destino prefijado.
Sí, creo que sí. No sé cuál es la relación de mis personajes con el destino, pero creo que sí sé cuál es mi relación con el destino. Yo no creo en el destino prefijado, yo creo que el hombre elige sus actos, sus conductas y sus compromisos, pero que esos actos, conductas y compromisos elegidos se transforman luego en un destino. De ese destino no te podés evadir. Y creo que hay un momento, y esto lo diría Borges con las mismas palabras, en que a un hombre se le revela su destino, que uno sabe quién es.
En “Noche para negro Griffiths” yo hablo de cuando Israfel Sebastian Griffiths, que es un trompetista, se tocó el nombre. Cuando pudo saber quién era él mismo. Bueno, creo que eso nos pasa a todos, a veces no nos damos cuenta de qué nos pasó, pero cuando nos damos cuenta qué no pasó empezamos a hacer aquello que decía Nietzsche: cuál es el destino que debe forjarse un hombre. Ser aquello que es, y no hay más destino para mí que ese.
Abrimos el espacio para hacer preguntas, agradeceríamos muchísimo la brevedad en cada uno de los que quiera participar.
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Sin gritar y sin atropellar. [Risas]
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Si no hay ninguna pregunta yo no me ofendo ni nada por el estilo.
[Intervención del público] Abelardo, ¿qué relación tuvo con Jacobo Fijman?
Ninguna, salvo la relación que debería tener uno con los escritores. Lo leí. Siempre pienso que, y lo he dicho, por otra parte, que es muy conflictivo conocer a los escritores. Muy pocos escritores están al nivel de su obra. En realidad, la obra de un escritor da la impresión de que siempre es superior al escritor. Además al escritor lo agarramos a veces en momentos malos, lo abandonó el gran amor de su vida, le sacaron una muela, está afónico como yo, tiene sueño porque durmió mal la noche anterior, y pensamos ¿este es el famoso escritor que tanto nos entusiasmaba? Entonces a un escritor no habría que conocerlo, habría que leerlo.
Mi relación con Fijman fue a través de la lectura, de sus libros, y de la lectura de Leopoldo Marechal. Como todos saben, Jacobo Fijman es el personaje de Samuel Tessler en el Adán Buenosayres, ese personaje fascinante que usa ese batón enciclopédico, donde cabe todo lo que hay en el mundo practicamente, y me enamoré de Fijman a través de Marechal y después terminé poniéndolo en un libro mío, El que tiene sed.
Bueno, me parece que cerramos acá. Le agradezco muchísimo.
Te agradezco a vos, le agradezco a todos ustedes que hayan venido. Nada más, entonces.
[Aplausos]
Fotos: Lucio Ramírez
[…] En el blog de Eterna Cadencia. […]
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