Por Clara Levín
Siempre pensé que hay tal miscelánea de cosas adentro de mi cartera que no debería sorprenderme si un día encuentro ahí un jardín, una heladera o un número cuatro. Y como estoy segura de que lo mismo le sucede a la mitad de la humanidad -la mitad que usa cartera-, a ustedes les digo: «Carteristas, ¡éste es nuestro libro!»
La cabeza en la bolsa, de Marjorie Pourchet, cuenta la historia de cómo Adela, una mujer que es tan tímida que siempre que sale de su casa esconde la cabeza en una bolsa, logra superar su timidez y aprende a caminar con la frente en alto.
La autora, nacida en 1979 en Besançon, Francia, es una reconocida ilustradora. Ésta obra, publicada originalmente en francés por Rouergue en 2004, es su primer trabajo como autora también. La traducción al español es de Francisco Segovia y FCE lanzó la segunda reimpresión en 2008.
La cabeza en la bolsa es un libro fuera de lo común. Para empezar, la protagonista es una mujer adulta, cosa más bien inusual en literatura para niños de tres a siete años, como ésta. Pero además de eso, que es un detalle tal vez trivial, hay algo que no lo es, y es que el libro es perturbador porque su protagonista sufre una angustia que no está motivada por algo externo tangible (como un trueno, una madrastra o un fantasma) sino por algo impreciso y existencial. Adela le tiene miedo a los otros, a todas las personas que no son ella y de quienes Pourchet ofrece bizarras y maravillosas ilustraciones (niño con orejas de burro, mujer con duchador portátil, hombre con torre de sombreros, etc.). Tal es el miedo de Adela que Pourchet la protege incluso de la mirada del lector. Aunque nos permite espiar su casa, nos muestra los brazos de Adela pero jamás la cabeza, y así nos invita a cuestionarnos si no seremos nosotros los lectores partícipes de aquello que tanto la angustia.
A diario, Adela atraviesa una ciudad fría, gris y azul para llegar a una fábrica oprobiosa ilustrada con rojos y negros sombríos, donde tiene un jefe tiránico y una tarea que consiste en apachurrar patitos de plástico. En su tiempo libre, Adela merienda con vecinos y sale a pasear si hay viento. También disfruta de oír las cosas que no ve y de imaginarse cómo son las personas a su alrededor. Su vida es rutinaria. Pero un domingo todo cambia.
Sale a pasear, pero, al no haber viento, regresa a casa. Su enorme desilusión está expresada visualmente con una larguísima escalera vacía. Sólo escucha silencio; parece que los vecinos han salido. Entonces siente miedo y llora adentro de su bolsa. Al día siguiente, cuando va a meter la cabeza en la bolsa para ir al trabajo, descubre que allí adentro, acaso por efecto de las lágrimas, creció un jardín!!
Por primera vez, Adela sale a la calle con la cabeza gacha pero descubierta, y acude al jardinero Amado. Su objetivo es quitar el jardín la bolsa, pero él, que es «especialista en sembrar pensamientos» le da instrucciones para su cuidado y ella las acata. Esa misma mañana, Adela es despedida de su trabajo en la fábrica, pero se lleva una alegría al poder ponerle un rostro a las voces de sus compañeros de trabajo. En la ilustración final vemos que Adela trabaja con Amado y que la bolsa roja tiene un sitio en el vivero.
En el curso de la historia, Adela deja de esconder la cabeza en la bolsa y pasa de ser alguien temeroso de ‘los otros’, a ser alguien confiado que «ofrece una flor de su bolsa a quienes -sabe- sabrán cuidar de ella». La naturaleza muerta que rige las primeras páginas (el empapelado florido de la casa de Adela, los patitos de plástico en la fábrica y la bañadera) se contrapone con la naturaleza viva del final del libro. El jardín secreto que crece en la cartera de Adela es el vértice a partir del cual su vida cambia.
No leí el texto original en francés pero mi sensación es que el libro podría funcionar perfectamente sin palabras. Las imágenes expresionistas de Pourchet hablan por sí mismas, mientras que la rima, al menos en la traducción, estorba por momentos. Sin embargo, la conclusión del libro me agregó especial valor. Dice: «Los otros son un mundo. Y son todo un jardín.» Dicha frase, que en una primera instancia parece un mero final prolijo y jardinero, también es una vuelta de tuerca. Propone reevaluar la idea que se infiere en el principio del libro de que ‘los otros’ son de algún modo responsables por la timidez y agonía de Adela. A la luz de estas palabras, en cambio, pareciera ser que los otros siempre fueron un jardín y que estaba en Adela sacar la cabeza y aprender a verlo. En todo caso, estos ‘otros’ (alguien se viste con la ropa al revés por miedo a lo que se diga a sus espaldas, alguien camina haciendo la vertical para evitar golpearse la cabeza, etc.) no son ni más ni menos excéntricos que la propia Adela…
Para finalizar, diré que el ramillete de personajes excéntricos contenidos en estas páginas conforma un libro igualmente insólito, curioso y fresco. Si se me permite la comparación, es como un perfume distinto en medio de mi biblioteca.
Otras lecturas de C.L.:
Acabo de leer «la cabeza en la bolsa». Me ha gustado mucho, como tú Clara, la literarura llamada «infantil» que perturba, que emociona y resuelve no teniendo miedo a las emociones me gusta mucho.
De la «cabeza en la bolsa» me gusta la calidez con la que se muestran la diversidad del mundo de cada persona («Los otros son un mundo»). Es un libro con el que uno se puede sentir acampañada no por ser tímido como Adela o super alerta a los comentarios de los demás como la conserje que se pone la ropa al revés por miedo a lo que la gente diga a sus espaldas …. sino porque cada uno tiene un ladito de todos estos excéntricos personajes.
Finalmente me gusta mucho como usa el silencio de ese domingo y esa escalera enorme para que la historia tenga sentido, en el silencio interior puede aparecer el dolor y el miedo y después florecer cosas interesantes.
No suelo escribir mis comentarios en blogs, pero este libro me animó mucho a hacerlo. Les recomiendo mucho disfrutar de la experiencia de revisarlo. Alicia