La Revista Ñ publicó el sábado un relato breve de Matías Capelli, autor de Frío en Alaska:
Tercer vencimiento
Aunque estaba de perfil Salvador la reconoció enseguida, por el pelo. Creí que no iba a encontrarte a esta hora, dijo ella mientras con una mano descartaba el sobre que incluso había llegado a humedecer con la punta de la lengua, y con la otra mano le daba un fajo de billetes sujetado por una horquilla. Lo de las vacaciones. Mirá que no hacía falta. Terminó de decirlo y se dio cuenta de que si seguía hablando esa iba a ser apenas la primera de una escalada de mentiras. Entonces la abrazó. Ante una nueva separación definitiva, apretar los cuerpos, los párpados, la mandíbula, y recostarse así sobre hombre era el único ejercicio de consuelo que sabía ejecutar. Al resguardo de los cartuchos que se vaciaban cada vez más rápido, y los puentes que explotaban sin siquiera darle tiempo para arrepentirse.
Unas horas más tarde Salvador está en la fila de la caja de la compañía eléctrica. Adelante suyo hay una pelirroja de ropa moderna gastada, la tela negra percudida entre los muslos. Separa unos billetes y guarda el resto, pero enseguida vuelve a sacar el fajo y desprende la horquilla. Hay épocas que suele encontrar por toda la casa esas hebillas tan corrientes y de formas, colores y materiales tan diversos. Sólo lograba diferenciar las que eran de ella si les quedaba prendido alguno de sus largos pelos negros. Cuando éstos le rozaron la comisura de los labios al abrazarla hoy temprano, frunció las facciones, pero enseguida se distrajo con unos pechos traqueteantes que pasaban más atrás.
Es una pinza metálica de dos patitas idénticas. A una es como si le hubieran dado un golpe de fábrica para comprimirla un poco y marcarle las ondulaciones. Los billetes la dejaron vencida, algo destartalada; quizá todavía pueda sujetar un mechón pero definitivamente no uno o dos cabellos sueltos. (…) La pelirroja pasa al lado suyo. ¿Te conozco? Salvador preferiría evitar los ojos y el cuerpo y entonces fija la vista en sus rulos disciplinados y encuentra, en formación paralela, cuatro metales cobrizos de un modelo más robusto, que bien podrían pasar inadvertidos durante días sobre la tela de su sillón. Sos amigo de Félix, ¿no? Desde un colectivo en la calle del otro lado del vidrio, una anciana niega con la cabeza en dirección a él. Se sobresalta y dice «bueno, nos vemos». La entrepierna gastada se aleja y la parte trasera de su musculosa sugiere que suele usar mochila. El colectivo avanza y un tipo en moto lo persigue blandiendo una traba de seguridad. Cuando lo alcanza el hierro da de lleno contra la ventanilla del chofer, y ahora son varios los pasajeros que desde arriba reprueban indignados.
Foto: Roy W.
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