Por Clara Levin
Elegí este libro de las hermosas estanterías de Eterna Cadencia porque sus protagonistas son murciélagos y porque fue editado recientemente. Sumé uno más uno y por un momento fantaseé que fuese un libro de vampiros, de éstos que están tan de moda en la literatura juvenil ahora y desde el siglo dieciocho (pienso en Polidori, Le Fanu, Stoker, Rice, Meyer). Quería ver si alguien había plasmado en la literatura infantil esa fantasía que tanto recurre en el imaginario popular. Pero los murciélagos de Vladin el superhéroe de Doris Lecher (Andrés Bello, 2008) no son como sus primo-hermanos los vampiros. No son murciélagos hematófagos ni se encarnan en personas. Pero sí, al igual que los libros de vampiros para jóvenes y adultos, y al igual que la mayoría de los textos infantiles donde los protagonistas son animales (con excepción de los meramente informativos), la ficción se desenvuelve en la intersección del comportamiento humano y animal -en este caso, quiróptero.
El libro cuenta la historia de un murciélago llamado Vladin que es hostigado por sus congéneres, en particular por uno de ellos llamado Mopel. En un momento en el que Vladin ‘toca fondo’ con su problema, conoce al gato Toto. Juntos idean un plan para revertir la situación de Vladin en la estima de los otros murciélagos. Y el plan es exitoso.
El personaje de Vladin no tiene mayor desarrollo y es, por lo tanto, olvidable. Sin embargo, también es querible, y su dificultad para integrarse en su comunidad, que a cualquiera le es familiar en algún grado (especialmente a un niño), lo vuelve un personaje con el que es fácil identificarse y sentir empatía.
El texto fue publicado originalmente en alemán en 2006. Las ilustraciones, humorísticas y expresivas, también son de Lecher, la autora. La traducción al español es de María Florencia Castellano Terz.
Lo más destacable del libro radica en su edición. Las páginas están como plastificadas, son tersas al tacto y brillan a la luz. Y esto, que parece trivial, es parte de la experiencia de la lectura y favorece el gusto por la misma. Pone al lector en contacto con el soporte de la lectura; en algún nivel, le transmite que el soporte o medio de la literatura es significativo en sí mismo y no transparente.
Muchas veces cuando me siento con mis hijas y les relato historias que ellas ya conocen, sin libro de por medio, me dicen cosas como: «te olvidaste de la página en que…» o «¿cuándo viene la página de ….?» o «yo paso las páginas, aunque no se vean». Para ellas, que viven rodeadas de libros, el progreso de una historia se mide en páginas -visibles, cuando hay un libro de por medio, o invisibles, en su defecto, como en el caso de la narración oral. Tal vez esto explique la fascinación de ellas por la historia «de las páginas que brillan con los ‘murcílagos’ que duermen en el árbol».
Para los murcielagófilos, hay otro libro simpático que se consigue fácilmente. Se llama Abelardo murciélago, de Antoon Krings (Blume, 2008). También veo acá en mi casa -pero entiendo que no han sido traducidos todavía- Bats at the Beach y Bats at the Library de Brian Lies (Houghton Mifflin, 2006 y 2008, respectivamente). Vladin o cualquiera de estos títulos es una digna entrada a la baticueva de los murciélagos y los vampiros literarios. Pero confieso que me gustaría leer alguna ficción de vampiros chupasangre para niños… Veremos si alguien se atreve a escribirla.
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