Por Clara Levín
Verlioka, de Patacrúa y Mágicomora, editado por OQO Editora en 2005, es un libro inusual y engañosamente sencillo. Recrea un cuento de la tradición eslava donde una pareja de abuelos pierde a sus nietas a manos de un gigante llamado Verlioka, acto que es vengado por el abuelo con la ayuda de cuatro agentes mágicos.
El relato fue registrado de la tradición oral en el siglo diecinueve por el folklorista ruso Aleksandr Niloláyevich Afanásiev. Es entretenido, tiene una estructura repetitiva y simétrica característica de este tipo de narrativa y no es particularmente saliente. En internet circulan varias versiones. Vale la pena entrar en Snips: allí encontrarán las páginas de este libro acompañadas de una narración oral en versión más extensa. Lo que a mi criterio es interesante y sugestivo es la adaptación que hacen del relato Patacrúa, autor del libro, y Sergio Mora, su ilustrador.
La adaptación es desfachatada y ambigua, y yo veo en ella dos tendencias. Por un lado, la tendencia a suavizar algunos elementos cruentos de la versión de Afanásiev (práctica compartida entre folkloristas, como Perrault y los hermanos Grimm). Por otro lado, una tendencia algo amoral -y aquí despega de los proyectos de sus antecesores.
La tendencia que suaviza o atempera nos presenta a un gigante menos malo. El Verlioka de Patacrúa rapta a las nietas, mientras que el de Afanásiev las mata (además son huérfanas) junto con la abuela, en escenas sangrientas, «hasta dejarlas irreconocibles». El villano de OQO es más civilizado, incluso el diseño de tapa lo retrata con más cara de angustia que de malvado.
La tendencia amoral relativiza o reduce las virtudes de la contraparte, el héroe. Por principio, el abuelo está ilustrado como un gordo pelado sin afeitar que fuma puros mientras sus nietas y su mujer trabajan y que se tira cuetes constantemente. Pero por sobre todo, no está legitimado por el texto y no genera simpatía en el lector. A diferencia de Afanásiev, Patacrúa omite presentarlo como un buen cristiano, detalle que cumplía la función de proyectarlo como alguien virtuoso y digno de ejecutar una venganza divina. Y nada compensa esa omisión; por el contrario, los parlamentos que Patacrúa pone en su boca suenan despóticos. Además, el final es controversial. El abuelo y sus ayudantes mágicos (oca, esqueleto, burro y cabra) castigan físicamente a Verlioka en la cabaña, lo humillan quitándole bigote y barba, y lo encierran en un calabozo. Sus acciones no son diferentes a las ofensas de Verlioka que motivaron la venganza y, como dije, no están legitimadas; la única diferencia real entre villano y héroe es el lugar de sus acciones en el tiempo. En la última escena, los ‘buenos’ festejan (con mejillas arreboladas por la bebida) en el mismo sitio donde el villano está encerrado, cosa sumamente inusual en un cuento de hadas, donde los buenos siempre comen perdices pero jamás a un paso del sufrimiento ajeno.
El punto es que las dos tendencias, que parecen contradictorias, no lo son necesariamente. A mi juicio, se conjugan de manera que el malo resulta menos malo y el bueno, menos bueno también. Las ofensas de Verlioka, atemperadas por la primera tendencia, y no legitimado el héroe por efecto de la segunda, justifican la venganza en menor medida, acaso incluso cuestionan su práctica. Los cuentos de hadas suelen recorrer un camino desde una situación de desorden (en un reino, una familia, etc.) hacia el restablecimiento del orden, y en ese sentido, es un género conservador y ejemplar. Este libro también recorre ese camino, pero el orden al que se accede en el final tiene grietas. La versión de Patacrúa y Mágicomora es poco moralizadora porque tanto a nivel textual como a nivel visual se problematizan o relativizan las caracterizaciones maniqueas de los cuentos tradicionales. La historia narrada es reconociblemente la misma, pero su significación varía.
Hay un rechazo a presentar un mundo blanco y negro o artificiosamente infantil. Tampoco los otros personajes del libro están representados favorablemente. Son todos más bien vulgares, glotones, insensibles y enojosos. La abuela es una gorda con los pechos como melones, las piernas como patas de jamón con ligas, la cabeza como un globo y el rodete como una bola de billar. En la lucha con Verlioka tiene en la cara una expresión entre absurda y exhausta, y, a diferencia del texto de Afanásiev, nunca se menciona la preocupación por sus nietas. En cuanto a las nietas, pues son 100% insulsas y se omite elogiar su obediencia.
Al remarcar esto busco también poner de relieve la trascendencia de la ilustración en la significancia del texto. Los dibujos de Sergio Mora, a la vez surrealistas, oníricos y pop, transmiten conjuntamente elementos del orden de la inocencia y de lo salvaje, y de esta forma, no sólo ratifican sino que acentúan y desarrollan mecanismos textuales. En este sentido, así como las dos tendencias que marqué arriba se evidencian en ambos niveles (textual y visual), también la yuxtaposición de elementos típicos de las historias infantiles (ej. uso de onomatopeyas, «plop», «pataplof», «clonk») con elementos escatológicos, vulgares o fúnebres que suelen estar excluidos de las mismas (ej. esqueleto, caca, pedos, ligas) contribuyen a un procedimiento que, siendo intencional o no, se aleja de la clásica narración y representación infantil.
El Verlioka de Patacrúa y Mora, editado en la Colección Cuentos a Pedir de Boca de OQO que está apuntada a niños de entre 3 y 7 años, borronea o problematiza las delimitaciones de las categorías de público destinatario. Y también borronea o esfuma sus fuentes. Tengo entre manos un libro creado por barceloneses, publicado por gallegos, sobre un gigante ruso que evoca los cíclopes de la mitología griega, con una historia que tiene puntos en común con el cuento inglés Juan y los frijoles mágicos, y con ilustraciones que sugieren paisajes mejicanos con reminiscencias a Frida Kahlo y hasta los Caprichos de Goya. Entonces yo veo una tendencia general hacia la inespecificidad de destino y de origen.
Y me pregunto, ¿tiene éxito esta estrategia? Desconozco la respuesta, pero cuando les leo el libro a mis hijas de tres años, infaltablemente se descostillan de risa cuando ven el sorete de la oca volar hacia la boca abierta de Verlioka. Puede que mis nenas sean unas asquerosas (lo confirmo, de hecho) pero también puede que este trazo escatológico (ausente en las versiones anteriores del relato) refleje, al igual que las otras tendencias o características de esta versión, los gustos y la sensibilidad de su público actual. Siendo que este relato circula hace más de dos siglos, cabe suponer que seguirá circulando mucho tiempo más. Me pregunto entonces cómo serán las versiones para un público a dos siglos de hoy.
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