Por P.Z.
Es interesante escuchar al escritor leyendo su obra. Cuando uno vuelve a los libros, vuelve con esa entonación, con esa fuerza, con esa parsimonia. Como si la lectura resignificara lo escrito.
Ese chispazo cómplice entre autor y lector sucedió ayer, cuando Ana María Shua, Ariel Magnus y Diego Arbit leyeron sus textos. Un acercamiento que se produjo en un ambiente íntimo y con un público no tan numeroso. Tres escritores, una suma de estilos y temas diferentes, que ampliaron la literatura.
Diego Arbit
El encargado de abrir la noche fue Diego Arbit, quien lleva varios años escribiendo y cuenta con más de una decena de títulos que eligió promover desde la libertad del circuito alternativo: “No busqué seriamente estar en editoriales. Escribo libros y me autoedito. Nada más. Lo hago hace muchos años, tengo un público y escribo lo que se me canta”.
Diego leyó dos fragmentos de las novelas Soy todo ojos mirando (2003) y Tríptico (2004), esta última co-escrita con Fabio Guerrero Arévalo y Darío Semino. Leídos con urgencia, cada texto se encendía en un torbellino sensorial moviéndose entre lo estético y lo escatológico.
Antes de leer el capítulo introductorio de Tríptico, Arbit explicó:
Lo que escribo son básicamente novelas. Cuentos relacionados que se arman uno atrás del otro para formar una historia, y a veces se interrelacionan de una novela a otra. Lo que voy a leer –espero no ofender a nadie– es un poquito escatológico. Es una novela escrita de a tres: tres historias paralelas que se van juntando hasta armar una novela circular. La característica particular de esta novela es que fue escrita vía mail. Yo escribí el primer capítulo, el segundo lo escribimos los tres, entregándolos a las otras dos personas. Los tres recibimos lo que sería el segundo capítulo, al mismo tiempo, a la misma hora. Lo leíamos, yo decidía en qué orden quedaba y así lo que sería el siguiente y el siguiente, hasta que se armó la novela. De manera que no podíamos discutir previamente cómo iba a ser la novela: si íbamos a influenciar al otro lo teníamos que hacer escribiendo.
Ana María Shua
Ana María Shua es una escritora tan prestigiosa como versátil, ha publicado novelas, cuentos, relatos breves. En cuál de estos lugares se siente más cómoda: “En el que esté escribiendo en ese momento. La narrativa es el lugar donde me siento cómoda”.
– ¿Qué ejercicio te lleva a hacer el cuento breve?
– Es cercano a la poesía. Un encuentra una piedra y sabe que ahí adentro hay una joya, una piedra preciosa. Uno encuentra una piedra en bruto y hay que tallarla. Es un trabajo difícil, que se compone de una parte de misterio y de una parte de técnica. El misterio es el de la minería: cómo encontrar la piedra, no puedo dar ningún consejo. Pero una vez que uno tiene la piedra y se pone a tallarla, sí: ahí hay una cuestión de técnica y hay que tener en cuenta muchos elementos. No sólo es importante el sentido en una minificción, si no, como en la poesía, el ritmo, la cadencia, la eterna cadencia de la frase. O todo lo contrario, ¿verdad?, porque uno puede proponerse romper con ese ritmo. Pero el sonido es muy importante en una microficción. Y tiene que darse también esa amalgama ultracondensada de sonido y de sentido que le dé gracia al objeto.
Emecé acaba de editar Que tengas una vida interesante, del que Ana María leyó “Una sesión de tomas”. Que tengas una vida interesante reúne todos los cuentos para adultos, con la particularidad de estar presentados en orden cronológico invertido. Es decir: este que leyó es su cuento más reciente. Este cuento tiene, además, una curiosidad: nació para el público infantil.
Todo cuento tiene su historia, por lo menos para el que lo escribió. La primera parte de este cuento la escribí para un concurso infantil, un concurso en el que los chicos tenían que completar el cuento. Entonces, dejé todo planteado hasta ahí, y llegaron, por supuesto, montones de repuestas, finales en que aparecían todas las combinaciones posibles entre los personajes que yo había planteado al principio. O el alemán moría o el alemán se salvaba o el muchacho se quedaba con la chica, etc. Y cuando los vi me di cuenta de que a mí no me servía ninguno. Ahí fue cuando pateé el tablero y decidí contar la otra historia. Así se armó el cuento con esas dos mitades que no encajan del todo.
Ariel Magnus
Magnus adelantó su próxima novela, que estará en las librerías en julio: Cartas a mi vecina de arriba. Leyó la primera carta, un texto que con mucho humor –nos reímos mucho mientras lo leía–, se ocupa del pequeño infierno que puede convertirse edificio de departamentos. Magnus tiene escritos cuatro libros, entre el que se destaca Un chino en bicicleta por haber ganado el Premio La otra orilla en 2007. El año pasado Emecé publicó Muñecas, que ayer explicó, había sido escrita antes de El chino en bicicleta y que también había ganado un premio, el Juan Castellanos.
– ¿Qué lugar ocupa el humor en tu literatura?
– Primero no tengo una literatura, tengo unos libros y no sé hacia dónde van. No lo digo por falsa modestia, sino realmente porque no lo veo como una obra. Creo que en el Chino ocupó un lugar mucho más grande del que yo pensaba y me sentí bien haciéndolo. Me gustaba escribir humorísticamente, por así decirlo. El libro es bastante dramático y pasan cosas dramáticas. No es un libro de humor pero tiene muchos momentos humorísticos. La historia me lo pidió. Mi primer libro se llama Sandra, es la historia de amor entre un chico de 20 años y una mujer de 40, lesbiana, gorda, era bastante sexual. Ella era muy sexual y tiene bastantes escenas de sexo. Hasta ese momento no sabía si iba a escribir sobre sexo. El libro me lo pidió y me sentí muy cómodo escribiéndolo. Con el Chino pasó lo mismo, encaraba la historia de este chino que incendiaba las mueblerías y el secuestro… qué sé yo: no había formas de no hacer chistes. Ahora me arrepiento y me hubiera gustado haber hecho un libro serio sobre la comunidad china en Argentina, pero por cómo lo encaré no había forma de escapar del humor.
– Ahora me entero que Muñecas la escribiste antes de Un chino en bicicleta. Muñecas es un libro de un tipo que intenta pasar lo más transparente posible en el mundo. Yo sentía que era una respuesta al premio.
– No fue una respuesta, es previo. No sé cuánto tiempo antes, pero quizá es previo a La abuela. No fue una respuesta, no hay una relación directa entre los libros. Yo entiendo que como lector vos lo leés de tu propia forma y sacás tus conclusiones. Pero yo a los críticos les recomendaría, como escritor, que no saquen conclusiones. [Risas] Porque ahora que me tocó sufrir la crítica, es alucinante la cantidad de teorías que pueden sacar de la nada y que son contra fácticas totales, es muy gracioso. Por supuesto, a veces te da impotencia. Por ejemplo, Muñecas está escrita en un tono neutro: es un tipo que, justamente, para pasar desapercibido habla un español que no es de ningún lado. Uno de los jurados del premio me dijo “me di cuenta que eras argentino por el uso del recién”. Yo vivía en Alemania y tenía más cercanía con el idioma neutral que desarrollamos los latinoamericanos, por eso lo escribí en ese tono. Alguna persona se quejó que como el premio era colombiano y español, yo elegí un tono más españolizante para ganar el premio. Esas cosas. Algunas conclusiones a veces están bien, pero entre las teorías conspirativas de por qué hiciste algo y cuál era la idea macabra que tenías atrás… Después en la gente que te inspiraste, que eso es lo peor: “acá se ve claramente la huella de” ¡y vos a ese nunca lo leíste! Eso habla mal del crítico. Son dos cosas: el libro y lo que un crítico dice sobre el libro suelen ser dos cosas muy distintas.
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