Tercera entrega de Venezuela: la traductora y poeta Gladys Mendía nos presenta hoy a Adalber Salas Hernández.
Selección de Gladys Mendía.
Adalber Salas Hernández nació en Caracas, en 1987. Es poeta, ensayista y traductor, Licenciado en Letras por la UCAB. Fue ganador del II Premio Nacional Universitario de Literatura por el libro La arena, el vidrio: ascenso en tres movimientos, así como autor de los poemarios Extranjero, Suturas y Heredar la tierra. Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana. Recientemente han sido publicadas sus traducciones de Marguerite Duras y Antonin Artaud. Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza, es responsable de la reciente antología Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes. Actualmente se desempeña como Co-Director de bid&co. Editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la Revista POESIA de la Universidad de Carabobo, cursa como becario Santander el MFA en Escritura Creativa en Español de la New York University.
Sobre su poética
Desde el primer libro, cuando apenas contaba con veintiún años, escribe su propio génesis. En esa línea han seguido sus siguientes libros: Extranjero, Suturas y Heredar la tierra. En los engranajes de esta máquina funcionan el placer de nombrar y la conciencia del fracaso del acto de nombrar. La despersonalización puesta en evidencia a través del yo en crisis, en una búsqueda sin respuestas. La muerte siempre presente, el desarraigo, la duda, el silencio. El tono reflexivo es una constante en su obra. Su elemento: la tierra: el ser humano que consciente, observa profundamente su existencia y condenado a errar, poetiza.
a
De La arena, el vidrio: ascenso en tres movimientos
a
Credo
(no un arte poética
sino un fervor que ha caído en versos)
Que la palabra no sea la palabra
sino su ausencia:
una piedra que respira.
a
Que entregue al nombre su pureza justa
la que lo acerca al borde del vacío.
a
Que contenga la oración tenaz
de la materia
que palpita en nuestras manos
extática inmutable.
a
Que esté madura para el estremecimiento
el acorde pulsátil
cuando sucedan el colibrí
y el prodigio.
a
Que no tema al puñal
que lo devore.
a
Que esconda el grito crepitante
el humo sin patriarcas
la espuma que ríe
los dogmas de la arena.
a
Y que al final sepa entregarse a la angustia
a esa rara voluntad de disolución
y cegarse en el silencio
la inercia
la paz.
a
Vindicación del instante
“Hace cien mil años
ocurre ahora.”
Juan Liscano
El único acto de fe de este mundo
es el resplandor cuajado del ahora
el punto de tensión festiva sobre el vacío
sobre la boca abierta del silencio.
Ahora
que apunto con temblor adánico
en dirección a las cosas desnudas
y conozco el goce meridiano de nombrar
que edifico ciudades
para ocultar entre sus casas
el miedo impar de haber nacido hombre
que ruge desde lejos el león erizado de fogatas
y pasa la sombra del hermano
buscándome en el brillo de su puñal impaciente.
Ahora
que ilumino la tinta frente a ti
y nos lee lo escrito por otros
nuestro único tiempo
este juego de espejos enfrentados
en el que cada espejo es el primero.
a
de Heredar la tierra
a
IX
Tuyo es el reino,
el óxido que se arrodilla y reza
en los terrenos baldíos,
apoyado en los cercados,
colgando de los alambres de púas.
a
Tuya la fiebre que carcome
carros, autopistas,
calles, aceras, casas,
a
toda esta minúscula
historia universal del fracaso.
a
Tuya la desaparición
que murmura el agua sobre los techos,
la piedad terca de la lluvia.
a
Tuyo el himno
de todo lo que decide quebrarse,
de todo lo que arde y se consume
sin destinatario.
a
Tuyos los días
que fermentan su vino áspero,
indeleble,
en el pulso.
a
Tuyo el tiempo
que no testimonia
por nadie.
a
XIX
Tuyo es el reino,
a
el ojo intacto de la pérdida.
Tuyas las manos que tiemblan
como pájaros hambrientos.
a
Tuyos los músculos,
los nervios, los ligamentos, los tendones,
las venas,
a
donde cada madrugada se desdice,
donde la sangre no necesita
permiso del reloj
para correr.
a
Tuyo este patrimonio de restos,
este sol reducido a astillas,
a
estas jornadas que traen consigo
su propio epitafio,
secretamente.
a
Tuyo lo que pudieron dejarte
tus mayores, flotando
en el líquido amniótico de la memoria.
a
Tuyo el cuerpo, nudoso,
más acá de la voz.
a
XXXIII
No habrá muerte para ti.
a
Habrá intemperie, habrá desvelos,
habrá errancia y transparencias
pasadas de mano en mano
como monedas clandestinas,
pero no habrá muerte.
a
Incluso habrá silencios demasiado claros
que te atravesarán el pecho
y te borrarán la mirada.
Pero nunca muerte.
a
Llevas
un signo de vigilia
que no termina de cicatrizar,
a
tu aliento sabe
a resto de babel encenizada
a
y cada uno de tus huesos
pacta con el olvido.
a
Tuya es la luz hambrienta,
este testamento sin legado,
estas fronteras tartamudas,
este reino atónito,
inadvertido,
sin eternidad.
a
Tuya
esta bandera aciaga
que llaman vida,
a
de una blancura
incomprensible.
*
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