El escritor chileno, crítico literario y profesor, autor de Estrellas muertas, entre otros, responde nuestro nuevo cuestionario a escritores.
—¿Qué te llevarías de tu casa en caso de incendio? (Si querés a tu texto le podés agregar una foto).
—Después de comprobar que Carla, mi mujer, y los gatos estén a salvo, me imagino que salvaría los documentos y los notebooks. No sé si salvaría algún libro. Me gusta la idea extraña y forzada de que todo desaparezca, de tener que empezar una biblioteca de nuevo, de pensar si juntaría los mismos textos, las mismas cosas, los mismos chiches y comics y figuritas. Aunque en realidad, todo esto es una suposición. Me gusta mi casa y espero que no me pase nunca.
—¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
—Me gusta esa frase de Foster Wallace, que dice algo así que la literatura debe traer calma a los desesperados y desesperación a los tipos tranquilos. Por ahora, pienso en que me encantaría provocar en otro lo que una novela como Stoner de John Williamns me produjo: esa idea de que la literatura puede ser más grande que el mundo, el hecho de que puede inspeccionar el comporamiento humano como un bisturí hecho de melancolía, la sensación de que escribir es establecer una conversación entre distintas formas de soledades.
—¿Qué es lo mejor y lo peor que le puede pasar a un escritor?
—Lo peor: creerse el cuento. Comprarse sus propias mentiras. Pensar que el computador te va a aplaudir cuando terminas una frase. Volverse un cliché. Repetirse. Volverse un personaje.
Lo mejor: ese momento en que estás escribiendo y el texto existe a pesar tuyo; como si tiraras de un hilo o miraras por una ventana y no te quedara otra que seguir, que escuchar tu propia voz como si no fuese tuya, como si te hablara desde otro lado.
—La superstición es…
—No hay superstición. No hay cábala. Por lo menos no para mí. No hay ritual. La ausencia de ritual es mi ritual.
—¿Qué disco escucharías manejando solo por la ruta del desierto?
—No manejo, pero durante un tiempo viajé mucho en bus. Lo que escuchaba ahí se parece a lo que escucharía ahora: lo que compuso Badalamenti para el “Twin Peaks” de Lynch, alguna cosa de Sonic Youth o Fugazi o los Ramones o los Clash, algunas canciones de los Stones de fines de los sesenta. Ahora: Mogwai y esos discos suyos que son bandas sonoras de películas que no existen; esos discos que sincronizados se convierten en parte del paisaje, son paisaje.
—¿A qué persona real, nacida en cualquier momento de la historia, le desearías una vida eterna? ¿Se lo darías como castigo o como premio?
—Fácil: H.P. Lovecraft, en el que he pensado mucho los últimos días, nos sé por qué. No sé si sería un castigo o un premio. Pero sería lindo, el viejo de Providence sobreviviendo a todo, mirando desconcertado cómo se acaba el tiempo, esperando el fin de todas las cosas.
—¿De qué personaje de ficción te gustaría ser amigo en Facebook?
—Más fácil: César Aira. Otros podrían ser: el Buddy Baker del “Hate” de Peter Bagge, el Grady Tripp de “Wonder Boys”, el Kenji Endo de “20 Century Boys” de Naoki Urasawa, en especial esa versión suya perdida en el futuro que escribe canciones invisibles que son un samizdat, un mensaje en clave sobre el funcionamiento del mundo.
—¿Qué creés que hay después de la muerte?
—Nada.
—La mesa de luz a veces funciona como el segundo escritorio de un autor: ¿nos mandás una foto de la tuya?
No entendió lo de «mesa de luz». Tal vez habría que haberle dicho «mesa de noche»…