Las dos ciudades, de Edmundo Paz Soldán (Metalúcida), incluye más de 50 cuentos breves y microficciones. Son cuentos de una destreza asombrosa, con mucho humor. Aquí presentamos una selección de cuatro de los más breves.
Por Edmundo Paz Soldán.
Veintisiete de abril
Era el cumpleaños de Pablo Andrés y decidí obsequiarle la cabeza de Daniel, perfumada y envuelta con elegancia en lustroso papel café. Supuse que le agradaría porque, como casi todo buen hermano menor, odiaba a Daniel y no soportaba ni sus ínfulas ni sus cotidianos reproches.
Sin embargo, apenas tuvo entre sus manos mi regalo, Pablo Andrés se sobresaltó, comenzó a temblar y a sollozar preso de un ataque de histeria. La fiesta se suspendió, los invitados nos quedamos sin probar la torta, alguien dijo son cosas de niños, y yo pasé la tarde encerrado en mi dormitorio, castigado y sintiéndome incomprendido.
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Kathia
Ella me dijo: “no te puedes perder, es la casa blanca en el condominio La Esperanza; tiene dos pisos, ventanas amplias y la verja es de color café”. Es cierto, me fue fácil llegar aquí; pero las cuarenta y tres casa del condominio son blancas, de dos pisos y ventanas amplias y verjas de color café. Cuando recuerdo su belleza y el hecho de que estoy enamorado, pienso que podría ir casa por casa preguntando por ella hasta encontrarla. Pero temo descubrir que existen cuarenta y tres Kathias y prefiero mantenerla, única, en mi recuerdo. Además, es muy probable que ella no sienta nada por mí: me hubiera advertido de las peculiaridades del condominio. Así que enciendo el motor y emprendo el regreso a casa, silbando sin armonía una canción de los Beatles.
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Cuento de hadas
Porque siempre creí en los cuentos de hadas, decidí mantenerme virgen a la espera de mi príncipe. Una noche me desperté con un beso: era él; se deslizó en mi lecho e hicimos el amor. Pensé: “se quedará conmigo. Le he entregado mi cuerpo”.
A la mañana siguiente, él ya no estaba.
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Esperando a Verónica
Carlos está sentado en una silla de mimbre en la puerta de su casa, al borde del camino de tierra. Es madrugada, los ojos recorren el horizonte, esperan.
Al mediodía, Alex, su hermano, se aproxima a él.
—No vendrá —dice—. Conozco a las mujeres.
—A ella no la conoces —dice Carlos sin voltear la mirada—. Sé que vendrá. Me dijo que lo haría.
—¿Hasta cuándo piensas esperarla?
—No tengo apuro. Si tiene que ser toda la vida, será toda la vida.
—Entonces morirás ahí, sentado como un imbécil —dice Alex, entrando a la casa.
A las dos de la tarde, el cielo comienza a adquirir una tonalidad de plomo. A las cuatro, una silente llovizna cae sobre Cochabamba. A las seis, la llovizna se ha convertido en tormenta. A las seis y cuarto, Carlos entra a la casa arrastrando la silla de mimbre: la ropa le pesa, siente el agua arrastrarse por todas partes de su cuerpo.
“Al menos lo intenté”, piensa mientras se desnuda.
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