«Leer un texto, leerlo de verdad, implica descomponerlo, desgajarlo como a una naranja: despojarlo de su cáscara, desnudarlo, romperlo, exprimirlo, sacarle el jugo».
Por Virginia Cosin
Lo que leo nunca está completo sino que, por el contrario, está lleno de grietas, de fisuras por donde se filtra el sentido, de agujeros que invitan a ser penetrados, explorados. De ahí –diría Roland Barthes– la relación erótica que se establece entre lector y texto. Leer un texto, leerlo de verdad, implica descomponerlo, desgajarlo como a una naranja: despojarlo de su cáscara, desnudarlo, romperlo, exprimirlo, sacarle el jugo. Es un juego de amantes: el texto está abierto y entregado. El que lee desea que el texto sea para él solo, que le hable, porque sólo él es capaz de comprender su singularidad. Pero algo siempre se sustrae. La red que intenta recoger los engranajes de una máquina que se ha desarmado está tejida a partir de saberes múltiples, pero igualmente incompletos. No se trata de una malla cerrada, sino de otra superficie agujereada. De ahí la necesidad del otro que, como uno, lee, pero de forma diferente. Otro que aporta hilos con los que nuestra red no cuenta y con el que entablamos un diálogo donde el valor añadido no es el de la concordancia, sino el de la diferencia. Leer en comunidad (en un grupo de lectura, junto a un grupo de críticos) es una tarea grata que, también, puede desatar inconvenientes, desavenencias y hasta rupturas aunque, en el mejor de los casos, es un terreno fértil para que germinen vínculos nuevos –entre distintos tipos de lectores, entre textos y lectores y, también, entre textos diferentes.
Todo apareamiento pone en juego una relación erótica –desde el cortejo hasta la cópula– y deviene reproducción: la cría que comienza a gestarse a partir del encuentro con un texto que nos ha seducido es, en el más feliz de los casos, otro texto. O, como expone Barthes, en La preparación de la novela: “Mi deseo de escribir viene no de la lectura en sí, sino de lecturas particulares, tópicas: La Tópica de mi Deseo. Como en un encuentro amoroso: ¿Qué es lo que define el Encuentro? La Esperanza. Del encuentro de algunos textos leídos nace la Esperanza de escribir.”
Sí. Pero ¿Qué hay del desencuentro? Un texto puede no “llegar”, no “llegarnos” (¿Cuántas veces escuchamos a un lector desilusionado quejarse y, de esta forma, justificar el abandono de un libro porque “No le llegó”?), del mismo modo que alguien a quien se espera tampoco llega.
Abandono el libro que no me ha conmovido y ahora tengo que hacer algo con mi tiempo. Espero al amado que no llega, y su ausencia abre un abismo. Estoy en el desierto sin una sola roca detrás de la cual esconderme, sola –solo– con mi sombra larga y deforme.
La ausencia del otro, cuando se consigue refrenar la desesperación, cede paso a la pregunta: el tiempo y el espacio de la soledad despliegan una nueva cartografía de posibilidades. Barthes, otra vez, en Fragmentos de un discurso amoroso: “La ausencia dura, me es necesario soportarla. Voy, pues, a manipularla: transformar la distorsión del tiempo en vaivén, producir el ritmo, abrir la escena del lenguaje”.
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