Personajes de carne y hueso –y encías débiles– son más profundos que cualquier ensayo de deconstrucción.
Por Virginia Cosin.
El escritor inglés Martin Amis dedica, en su libro de memorias (Experiencia, 2000), varios capítulos a su dentadura.
El pequeño Martin nació en una familia de clase más bien baja y, a medida que su padre, el escritor Kingsley Amis, fue haciéndose más y más famoso y reconocido, accedió a la clase de los “nuevos ricos”. Martin era mucho más bajito que el resto de sus amigos e incluso que su propio hermano, un año mayor que él. La genética no sólo conspiró en lo concerniente a su altura, sino que también heredó los problemas dentales de la rama materna de la familia. Desde muy joven —antes, incluso, de que entrara a estudiar a Oxford— empezó a sufrir horrorosos dolores de muelas que, al cumplir cuarenta años, le fueron extirpadas junto a la totalidad de las piezas dentarias debido a un tumor en el maxilar inferior.
Amis Junior había sufrido otras pérdidas importantes a lo largo de su vida, pero una fue particularmente traumática: su prima Lucy Partington, a la que le llevaba dos años y con la que tenía una estrecha relación, había sido secuestrada, torturada y asesinada por un famoso asesino serial a la edad de veintiún años (cuando Martin tenía 23). La desnudez de sus encías o, mejor dicho, el recuerdo de la desnudez de sus encías antes de que se sometiera a un largo y doloroso proceso de reconstrucción con implantes, le recuerda a su vez otros episodios de desnudez y desamparo —en uno fue víctima del abuso de un hombre cuando era un niño— y también le dispara atormentadas fantasías sobre la desnudez de su prima durante el tiempo que permaneció en cautiverio con el hombre que terminó con su vida. Pero en el capítulo anterior, en el que describe con detalle sus visitas al dentista Mike Szabatura, intercala algunos pasajes de las biografías de Vladimir Nabokov y James Joyce que padecían, también, serios problemas con sus dentaduras y, como él, las perdieron completas a la misma edad, cerca de los cuarenta años.
En 1907 James Joyce escribe a su hermano Stanislaus desde Marsella. Amis cita la carta: «Mi boca está llena de dientes podridos, y mi alma de podridas ambiciones» y prosigue: «Joyce nació en 1882. Los dientes le duraron hasta 1923. Se pasó durante dos semanas en un sanatorio recuperándose de las extracciones, pero según la biografía (casi trascendente) de Richard Ellman, James Joyce (1959), tal pérdida “no le molestó gran cosa”. Como le diría a su hijo Giorgio, con maravillosa simplicidad: “no eran unos buenos dientes, de todas formas”».
Por su parte, Vladimir Nabokov (nacido en 1899), el 2 de Noviembre de 1943, le escribe a Edmund Wilson:
Querido Bunny: Algunos de ellos tenían pequeñas cerezas rojas –abscesos- y el hombre de blanco se ponía contento cuando salían enteras, junto al marfil carmesí. Siento la lengua como si al llegar a casa me hubiera encontrado como si se hubieran llevado todos los muebles. La dentadura postiza no está lista hasta la semana que viene; soy un lisiado oral.
Amis rastrea, en la novela de Nabokov, Pnin, publicada en 1957, cómo la experiencia referida en la carta, se filtra en la ficción. Y cita:
Un cálido flujo de dolor fue reemplazando gradualmente —en el deshielo de su boca, aún medio muerta y abominablemente martirizada— al hielo y la madera de la anestesia… Su lengua, una rolliza y lustrosa foca, solía agitarse tan dichosamente en medio de las familiares rocas, inspeccionando los contornos de un maltrecho aunque aún seguro reino, pasando de curva en cala, escalando tal cresta, metiendo la nariz en tal hueco, encontrando tal hebra de alga dulce en la vieja y conocida grieta: pero ya no quedaba ni un solo hito, y todo lo que existía era una gran herida oscura, una tierra ignota de encías que el miedo y la repugnancia disuadían de explorar.
¿Cómo hubiera vivido Amis su propia experiencia de no haber dado con estas lecturas? ¿Habría sentido algo diferente de no haber leído ni a Nabokov, ni a Joyce? ¿Sabía, cuando estaba reclinado en el consultorio de Mike Szabatura con la boca abierta que más tarde él también escribiría sobre la pérdida de sus dientes, como lo hicieron ellos? ¿Se vive una experiencia de forma diferente cuando se sabe que será objeto de escritura? ¿Dolerá más? ¿Dolerá menos? La Experiencia de Amis es, también, la experiencia que Nabokov y Joyce registraron. Es una experiencia más otra experiencia más otra experiencia. Y ahora, es también la mía.
Conseguí el libro, editado por Anagrama en el 2001, en una librería de Pinamar hace unos días. Estaba en uno de los estantes más altos y tuve que subir a una escalerita para alcanzarlo. Lo consideré un hallazgo, porque en Buenos Aires es muy difícil de conseguir, creo que está agotado. Había llevado dos libros para leer durante mis breves vacaciones en la playa: Un mundo deslumbrante, de Siri Husvedt y Gramáticas de la creación, de George Steiner. El primero, para descansar de la teoría cuando el segundo me abrumara. Pero el libro de Husvedt resultó más pesado que cualquier ensayo que obliga a detener la lectura para asimilar conceptos, subrayar y tomar notas. Por desgracia la gran danesa rubia se creyó un poco de más este asunto de ser una intelectual y en lugar de pasarla bien escribiendo e inventando personajes con mucha carne como supo hacer tan bien en otros tiempos —sobre todo en sus novelas La venda y Todo cuanto amé— aquí intenta de-construir la idea de personaje, apelando a las teorías literarias y filosóficas de moda (o ya no tanto).
Un mundo deslumbrante es como un tornillo que se intenta ajustar a una pared que se deshace. A través de entradas de un diario, cartas y testimonios, que disfraza de indicios de una investigación, intenta plasmar la personalidad múltiple de una artista ya fallecida. Pero el efecto de todas esas máscaras (precisamente la artista en cuestión es la autora de una obra titulada Enmascaramiento) es el contrario al deseado: en lugar de dotar de una compleja densidad al personaje, lo apelmaza, lo aplasta con citas eruditas e ideas. Es como un manual de instrucciones de más de trescientas páginas que intenta explicar cómo deberías darle cuerda a un juguete. Y el juguete no funciona. (Algo por el estilo, y con mucho más riesgo y elegancia, fue lo que hizo el africano J.M. Coetzee con Elizabeth Costello, que sí da la sensación de ser, al contrario de la Harriet Burden de Husvedt, una persona de verdad).
Por su parte, el Martin Amis de Martin Amis también consigue trasponer el umbral semántico: un libro, cualquier libro, está constituido por un conjunto de signos que el lector tiene que decodificar; por más autobiográfico que sea, no es solo la vida lo que está ahí, es la vida escrita. Y la escritura es combinación. Igual que la combinación de una caja fuerte, para acceder a lo que hay dentro, hay que saber la clave. Y lo que encontramos dentro de Experiencia es un hombre de carne y hueso (y encías y sangre y dientes frágiles).
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- Fin de fiesta: una lectura de La viuda embarazada de Martin Amis (Anagrama, 2011).
- El regreso de la voz femenina de Siri Hustvedt: sobre El verano sin hombres (Anagrama, 2011), de Siri Hustvedt.
kucha!!