El arquitecto y escritor Gustavo Nielsen, autor de Playa quemada, subraya su final favorito: el de Las palmeras salvajes de William Faulkner, en la traducción de Jorge Luis Borges.
Selección de Gustavo Nielsen.
«No era sólo recuerdo. El recuerdo era apenas la mitad de eso, no bastaba. Pero debe estar en alguna parte, pensó. Ahí está el despojo. no soy yo. Al menos pienso que no quiero decir yo. Espero que no sólo quiero decir yo. Que sea cualquiera, recordando, rememorando, el cuerpo, las anchas caderas y las manos que gustaban toquetear y hacer cosas. Parecía tan poco, tan poco para necesitar, tan poco para pedir. Con todo el arrastrarse a la tumba, con toda la arrugada y marchitada y derrotada adhesión no a la derrota sino a una vieja costumbre; aceptando la derrota de que me permitan adherirme a la costumbre, los pulmones asmáticos, las penosas entrañas incapaces de placer. Pero después de todo la vieja memoria podía vivir en las viejas entrañas jadeantes: y ahora la tenía a mano, irrefutable y clara, y serena, mientras la palmera golpeaba y murmuraba, seca y salvaje, y débil, y en la noche, pero él podía afrontar la memoria, pensando: No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria, porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena».
La cita fue tomada de Las palmeras salvajes, de William Faulkner, traducción de Jorge Luis Borges. Editorial Sudamericana, 1973.
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