Al igual que Silvio Mattoni, Ignacio Molina –autor de Los estantes vacíos y Los puentes magnéticos, entre otros–, elige al ultra subrayable Fogwill. Esta vez, con su Música japonesa.
Selección de Ignacio Molina.
«Vi tul. Tal vez a causa de las cortinas de red del bar del aeropuerto. O por la lectura con poca luz, concentrado durante horas en la pequeña caligrafía de Michel, en tinta roja sobre papel cuadriculado. Pero yo vi la imagen de un tul cubriendo el perfil derecho de la cabeza de la mujer: de eso estoy tan seguro como de que yo soy yo y que ahora escribiré que me llamo Orubia. (Me llamo Orubia)».
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Michel me entregó esa novuelle junto a su libro de relatos restándole importancia:
–Es un ejercicio, tiralo –dijo.
No tenía título. Y él, que fue tan enfático al rogarme que enviara tipeado su libro de relatos Muchacha Punk lo antes posible, me pidió que no gastase dinero en corregir y mecanografiar su Historia del caminante, que ya era una cosa ‘olvidable…’. Al terminar la lectura de la nouvelle, resolví titularla Libro de caminantes y miré el reloj: eran las doce. Cerré la carpeta, y fue una sucesión de casualidades, que en mi ánimo (estaba cansado, aún estaba oyendo la voz del narrador, estaba indignado por la demora inexplicable en la partida de ese vuelo de la compañía argentina) fueron registradas como una prueba más del valor de la obra.
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En el manuscrito de Michel al narrador le acontecía algo semejante: enamorado de una muchacha de su pequeña ciudad, no se atrevía a enfrentarla directamente y por su orgullo natural jamás pediría a alguien que los presentase. Un hecho fortuito resolvió su problema: el padre de la pequeña había comprado un automóvil igual al de su padre y él rondó por el taller mecánico representante de esa marca americana hasta tropezar con su hombre. Se habló. Se dieron cita para probar sus automóviles y así, amparado en su relación mecánica con el padre, pudo el héroe conocer a la muchacha. Lo interesante de la historia es que también ella había programado conocerlo. Impulsada por su amor, encaminó a su padre a comprar la marca americana que había visto conducir al muchacho, o algo en ese estilo. La historia concluía mal, pues el narrador, atemorizado por su mediocridad, no se atrevió a hacer el amor con la heroína, y la chica acabó casándose con un abogado o algo desagradable en ese estilo. Sí: Michel escribe en ese estilo.
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Me sucedió dos veces en Buenos Aires, pero la segunda vez me impresionó más, porque al carácter anómalo –’inusitado’– de la escena venía a sumarse la desagradable sensación de estar viviendo algo por segunda vez. Y a nadie le gusta sentir más de una vez en la vida que está viviendo por segunda vez algo que se repite. ¿No es verdad?
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Por Paraguay, con mano única y circulación unidireccional, acaecía lo mismo que la vez anterior acaeció por Callao: era menester que en cada esquina el taxi se detuviese. Por una u otra causa, eso era menester. En el segundo caso, en el segundo episodio del hilito de sangre, la causa que constantemente detenía nuestra marcha eran los choferes de ómnibus. En esta ciudad basta que la policía y los inspectores municipales relajen un poco el rigor de su control del tránsito, para que los choferes de ómnibus se comporten ‘por la libre’, como decía el Che».
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Todas las citas fueron tomadas de Música japonesa, de Rodolfo Fogwill. Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1982.
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