Ayer, 31 de mayo, fue el Día Internacional Sin Tabaco. Con esa fecha en mente, la autora de la nota, describe la relación de autores como Julio Ramón Ribeyro, Italo Svevo y Alejandro Zambra con el cigarrillo.
Por Mónica Yemayel.
Julio Ramón Ribeyro.
Mar, lobo, malo, árbol, bar, loma, olmo, amor. ¿Cuántas palabras se pueden formar con las ocho letras de Marlboro? Broma, robar, rabo, ola. Y además: lora, orla, ramo, ropa, paro, proa. Mientras le entrega al cigarrillo sus huesos, que es casi lo único que le queda del cuerpo, Julio Ramón Ribeyro hace sopa de letras. Leyendo “Sólo para fumadores” queda claro que las letras y el humo son para el escritor peruano casi la misma cosa. El cuento es una autobiografía de Ribeyro; su vida como ofrenda al placer que supieron darle los Derby, Chesterfield, Inca, Lucky, Bisonte, Gauloises, Gitanes, Pall Mall, Muratti, Belga, Rothaendhel, Camel, Marlboro, Dunhill, también alguna vez una pipa, y los caseros armados con tabaco picado y papel de arroz. Cada marca es una pista de por dónde andaba el escritor, y en qué condiciones. Lima, Berlín, Amsterdam, Amberes, Londres, París, primero pobre y después un poco bon-vivant. El cuento se publica en 1987. Justamente el año que la Asamblea Mundial de la Salud declara el 31 de mayo como el Día Mundial sin Tabaco. Tal vez el escritor nunca se haya enterado. Un día libre de humo. Una jornada de reflexión. Seis millones de personas mueren al año por el cigarrillo. En 2030 se estima que serán dos millones más.
Es improbable que Ribeyro haya dejado de pitar sus cigarrillos aquel 31 de mayo del ‘87 ni los que siguieron hasta su muerte en 1994, poco después de recibir el Premio Juan Rulfo de Literatura. De su cuento decía: “Que se lo tome como un elogio o una diatriba contra el tabaco, me da igual. No soy moralista ni tampoco un desmoralizador.” Ni himno ni sermón; sencillamente porque el cigarrillo le dio a Ribeyro sus mejores momentos, y también los peores. “Era el objeto en sí el que me subyugaba… su manipulación, su inserción en la red de mis gestos”.
Recolectó diarios viejos para comprar cigarrillos; se tiró desde una ventana para recuperar un paquete que había arrojado antes mientras juraba no volver a fumar; escondía atados en la playa debajo de las piedras para evadir el cerco que le tendía su mujer y así fumarse algún pitillo cuando salía a caminar; en París fue —sin saberlo— el guía de un delincuente que le suministraba elegantes cajetillas de Pall Mall king size; canjeó sus libros por cigarrillos: los Valéry por rubios americanos, los Balzac por Lucky, los Flaubert por Gauloises; cuando lo internaron para que recuperara un peso normal, consiguió rápido el alta subiéndose a la balanza con los bolsillos del pijama cargados de monedas y de los cubiertos de plata que le había pedido a su mujer con la excusa de almorzar y cenar más a gusto. Lo hizo, todo, sabiendo que el cigarrillo lo mataba lento,
…tosía, sufría de acidez, náuseas, fatiga, pérdida de apetito, palpitaciones, mareos y una úlcera estomacal que me retorcía de dolor…; fui víctima de una molestia que nunca había conocido: la comida se me quedaba atracada en la garganta y no podía pasar ni un bocado…Tubos, sondas y agujas me salían por todos los orificios del cuerpo. Me habían sacado parte del duodeno, casi todo el estómago y un buen pedazo de esófago.
El cuento nunca llega a ser triste; Ribeyro jamás reclama otra suerte. Quizás el escritor peruano encontraba su espejo en el Sganarelle del Don Juan de Molière, que comienza la obra diciendo: «Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco…Quien vive sin tabaco, no merece vivir». O en el Hans Castorp de La montaña mágica, de Thomas Mann: «No comprendo cómo se puede vivir sin fumar…si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme». Ribeyro rastrea en la historia y encuentra en su memoria a Molière como la primera referencia literaria al cigarrillo, se sorprende de lo poco que se ha escrito sobre el vicio, y llega hasta Italo Svevo para destacar las treinta páginas magistrales de La conciencia de Zeno, dice Ribeyro, «fue el único escritor que ha tratado el tema del cigarrillo extensamente, con una agudeza y humor insuperables».
Las páginas que cita llevan por nombre “El humo” y son el tercer capítulo del libro. Allí se relatan las peripecias de Zeno Cosini en su intento —siempre fallido— de deshacerse del vicio, de fumar el último cigarrillo, de tener en su vida otro propósito que no sea dejar de fumar. “El humo” también puede leerse en Del placer y del vicio de fumar, una recopilación de textos de Svevo que incluye páginas de Diario para la prometida y Cartas a la esposa, y un artículo de 1890 sobre la novela La Cigarette de Jules Claretie, en donde escribe: «porque todos nosotros, los fumadores, estamos convencidos de que el humo no nos hace ningún bien y no necesitamos que nos lo recuerden, pero continuamos fumando porque…mejor dicho, sin ningún porque.»
Así como Ribeyro encontró en Svevo aquello digno de citarse, otros escritores han señalado al peruano como la referencia justa. En Vagón Fumador, la antología compilada por Mariano Blatt y Damián Ríos, el texto de Hebe Uhart, “Para dejar de fumar”, se introduce en el interior de un grupo de autoayuda y llega a este final: «Y lo más gracioso y acertado que he leído en relación al cigarrillo, lo dijo el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, gran amigo de Bryce Echenique: “Yo no sé si fumo para escribir o escribo para fumar”.»
En la misma antología, el relato de Alejandro Zambra, “Noventa Días”, es un diario que cruje de impotencia, que derrapa antes de llegar a una bocanada que sea la última. Como Ribeyro, no sabe dónde poner las manos, qué hacer con ellas sin el cilindro blanco dándole vueltas entre los dedos; se traiciona también y fuma unos Marlboro en la caída del día 49. Y casi sobre el final sintetiza en una frase regia las historias que se cuentan en “Solo para fumadores” —Ribeyro arrojándose por la ventana para recuperar un atado; Ribeyro desenterrando los paquetes escondidos en la playa—: «Lo que para un fumador es verosímil, para un no fumador es literatura».
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Notas relacionadas
- ¿Qué tanto puede parecerse un escritor a su obra?: El periodista Daniel Titinger reconstruye la vida y el mito de Julio Ramón Ribeyro en Un hombre flaco (UDP), por Mónica Yemayel.
- Kirchner, una vida: el cuento de Daniel Link incluído en Vagón Fumador (Eterna Cadencia, 2008).
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