Segunda entrega de la serie compilada e ilustrada con collages de Beatriz Vignoli. Hoy trae poemas de Mariano Acosta.
Por Beatriz Vignoli.
gallina
Acostumbrados a morir, a dar la muerte o a la espera, pero ante todo acostumbrados. Pretendí animales fundacionales dignos de semejantes sacrificios, pero la gallina degollada y el matadero erigieron la magia misteriosa de las criaturas muertas, a mi espalda. Cristo era cordero y beatería, Cristo fue jardín en medio de la pampa, pero acunándome en musgo inconfesable, o en tugurio, de las nocturnas incursiones de mi padre, cuando venía leyendo las memorias donde Paz, Belgrano o Lamadrid, danzaban muertos, haciendo posesiones y haciendas de la Patria.
De reojo rezaba con mi abuela, Sociedad Española de Socorros, señora de patronato, organza y renta.
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Cómo sentirse entonces un ser vivo
Ante la mofa confusa, ante los hombres
Mi padre con su risa todavía y ese peso
De un bosque de alerces ya memoria
Mira de reojo desde oscuro
Donde calientes y turbias siluetas aún me acechan
Trepadas al terraplén de la otra cuadra
Cuando en vez de amor estaba el miedo
a
grises, o arbóreas, o dije sí, o andaba
como una cruz de árbol sin luz de humanidad que me buscara
En ese cuarto donde era bebido por las noches
Como si fuera alcoholes, joven mujer, virgen huidiza
Pero en blanco, pero con alhajas
Pero con imagen que hace golpes, de sí
no recordados
a
Era en el jardín donde mataban las gallinas, el sacrificio dominical de mi memoria, el agua hirviendo, entre despiplume y mermelada está la virgen y es un canto finito que se pierde, las tres de la tarde pero con forma de mariposa del limón que escapa negra y amarilla tras el tapial del fondo. Dejé los ojos abiertos tratando de seguirla y me aseguré de la sapiencia mágica de las desapariciones de su forma. Temí a Dios por lo terrible, lo temí por sus formas fraudulentas o por mi propia mirada le temía, le temí por la mariposa oculta en su reboso que era de aire pero también materia, posa en el agua
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De las aguas verdes, de los bebederos
De las aguas verdes de los animales y las bestias
Rezo sobre mí mismo arrodillado sobre la hierba dulce
Del jardín que marca los muñones
Entre el olor de azahares a su miedo, la cosa pródiga en prodigios
a
Junto la manos
a
Pero el sudor entromete su lisura
Como si fuera sangre y yo le dije
Yo le dije que estaba arrepentido
Y rogué pobreza y bondad para mi culpa
Y arrastre haciendo verde las ropitas
Por el auspicioso musgo del jardín que olía a lombrices
a
No eran piedras de alabastro fundidas en vasos ulteriores
Ni usaba anillos
Ni me pintaba
El recuerdo de la sangre sobre el vientre
a
Era piedra, insectos del jardín,
otros lugares
a
sin embargo, bebíamos de las mismas fuentes que los animales de la casa, que eran después sacrificados, eran aguas profundas con tapa pero sin puentes sobre ellas, decían que era la lluvia pero con mi hermano intuíamos la sangre, que al caer del cogote de las aves, se infiltraba en la tierra para que nosotros la bebamos.
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He sido yo y otras las voces, en mi cabeza adentro
El ofrecido
Al ritmo de rituales indistintos
Al amor o a la posesa pesadilla
Y atorado al alcohol exhibo espacio
Desgajado hacia el corte o el desgarro
Pertenezco al lugar cercano de la vaca
O al de supuesta gallina alimenticia
Sin dejar de ser la prisionera
Presente y desdeñada en la historia herbórea de su pueblo
a
Pero cómo
Arrebatar la carne de la mesa propuesta
Por mi padre ante quien inútil resultara
Hasta el frío hierro de navajas
Sin poder defenderme en acero de los sueños
Y de los otros
Que eran encarnación, golpe y deseo
Entre las miniaturas del jardín
Las prodigiosas
Arrastrando un olvido en borrachera
a
Beber las mismas aguas trajo los mismos sacrificios, a veces, un cristo en el madero, a veces gallina agujereada; pero la sangre era doméstica y pegada a la cal blanca. El ritmo de los hombres: campo, historia y riel de ferrocarril si daba el caso, incursionaba extático, fumando, leyendo el diario en silencio y penumbra. Cristo las gallinas y el cordero, capitaneban las domésticas conquistas, la sangre débil que necesariamente se derrama para que la felicidad de la mesa sea perfecta.
a
Toqué mi sangre las primeras noches
antes
Que el agua y la tierra se escindieran
Pero no como un corte por mí dado
Nublado del terror ritual que precedía,
Era la sangre anómica, arrebatada de la cena familiar
Por lo propio y ajeno de mis sombras
a
Mi madre y el deseo eran sonidos
Salvajes como pájaros, sonidos
Que la sangre, como de animales muertos a mis ojos,
Anunciaba impotentes
a
Y sin moverme y sin salvar a nadie
Tirado entre montones de hojas secas
En esfinge y silueta poseído
espero
Hecho víscera de toro a mis verdugos
a
Encenderán las hojas del plátano en la puerta
Al fuego destructor, al holocausto
Y nos arrastrarán las viejas con escobas
sin asumir tener las fuerzas
a
Mariano Acosta nació en Rosario en 1973. Es profesor en Lengua y Literatura y doctorado en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Publicó los libros de poesía: Trayectos del Este (2001), Trilogía de agua y un cielo para Andrei Rubliev (2014, Rosario, La Pulga Renga). El poema incluido en este dossier pertenece a su libro inédito Cabezas de la república.
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