Pola Oloixarac habla de su nueva novela, Las constelaciones oscuras (Penguin).
Por Patricio Zunini.
En Crash, la clásica novela de J. G. Ballard, el auto cumple la doble función de imagen sexual y metáfora de la vida actual. Ballard dice en la introducción del libro que le gustaría pensar a Crash como la primera novela pornográfica basada en la tecnología, porque, «en cierto sentido, la pornografía es la forma más política de la ficción, porque trata de cómo usamos y explotamos al otro del modo más urgente y despiadado».
Pola Oloixarac, que seguro leyó a Ballard, retoma la relación política de la pornografía en su nueva —anunciadísima, esperadísima y brillante— novela, Las constelaciones oscuras (Penguin), en la boca de un personaje secundario que piensa hacer un proyecto de investigación de Antropología de la Cultura desde el análisis de «los rituales de apareamiento en cada región, o lo que se conoce vulgarmente por pornografía».
Oloixarac completa esta idea vía correo electrónico:
—Es algo muy simple que cualquiera puede apreciar con una cultura porno básica. En las películas americanas las mujeres chillan que se las penetre, dan órdenes, “fuck me, fuck me”; los tipos aparecen del torso hacia abajo, se despersonalizan en su miembro. En cambio en los videos porno latinos es prevalente la mujer que dice: “Ay, no, por favor, ¿eso me vas a hacer? ¡Ay, no, por favor!” El rol de la mujer va más por lado del ruego ante un acontecimiento aterrorizante, está mucho más infantilizado. Por eso en las películas latinas los tipos tienen la chance de aparecer mucho más activos y amenazantes, gentileza de las chicas. Por supuesto que en los últimos años el porno se ha radicalizado muchísimo hacia un atletismo hardcore de perforación total.
La novela avanza a través de distintos discursos de poder. El conocimiento y la tecnología, podría decir la autora, son darwinianos. En ese sentido, no es casual que la novela comience con una expedición de 1882 —año de la muerte de Charles Darwin— compuesta por científicos y mantenga con uno de ellos, Niklas Bruun —una adaptación imperfecta del discurso científico—, a lo largo del libro. Las constelaciones oscuras mantiene un tono apocalíptico en donde lo que se termina no es el mundo sino una versión de la especie humana.
—¿Por qué elegiste que Cassio, el protagonista, fuera judío?
—¡Patricio, qué pregunta tan políticamente incorrecta! No debería ser algo tan sorprendente, teniendo en cuenta que la elite intelectual argentina es fundamentalmente hebrea. Mi personaje Cassio tiene varios grupos de pertenencia: es medio brasilero, y esa presencia brasilera juega un rol en la novela; también es un chico de la Facultad de Ciencias Exactas. Cuando pensaba en Cassio pensaba en aludes de relaciones sexuales imaginarias y reales entre Brasil y Argentina, a través de múltiples generaciones. Es un híbrido del Mercosur.
Cassio es un experto en Informática que ya desde chico aparecía como un “prodigio” entre hackers. Al tiempo hacía campañas ingenuamente altruistas en el colegio donde denunciaba el secuestro y desaparición de los felinos del Botánico, era capaz de vulnerar los sistemas de la Sucursal Botánico del Banco de Boston. En esos años de formación, Cassio desarrollaría «una serie de golpes a universidades, ministerios, compañías aéreas y organismos de gobierno que le rendirían sus más íntimas bondades». Hacia el año 2020, Cassio se une al equipo que desarrolla un software que vincula tecnología y genética. Un vínculo posible para Las constelaciones oscuras es Las partículas elementales, de Houellebecq. Oloixarac muestra y oculta, lleva la trama al ritmo y el tono que quiere, se hace dueña del texto. Pero uno entiende que lo que se está gestando detrás ese proyecto es una (r)evolución.
—Sobre el final, uno de los personajes dice «Vivimos en una época tan poseía por los demonios que sólo podemos practicar la bondad y la justicia en la más profunda clandestinidad». ¿No es esa la idea rectora de toda revolución?
—No necesariamente. Una revolución tradicional interpreta el mandato espiritual de su época en términos de una modificación del mundo material, que tiene que llevar a cabo no importa las consecuencias, porque el estado del mundo como tal es intolerable. Ese esquema supone un tiempo futuro dorado que adviene y se instala como un loop de sí mismo. Pero esa idea del tiempo ya no funciona porque el mundo está siendo reingenierizado, hay que penetrar el flujo del presente, infectarlo; sólo se ingresa en la temporalidad a fuerza de un proceso de infecciones, de negociaciones tenebrosas. En mi novela los personajes no intentan suplantar el sistema por otro, quieren volarlo desde adentro. Se refugian en su propia cultura, en su clandestinidad, no se plantean salir jamás de la clandestinidad. Observan la reingenierización del mundo sin melancolía, trabajan para una mutación del orden sin un proyecto de enseñorearse sobre él.
En esta última respuesta está la clave de la novela. En la escena Cassio habla Max. Le dice que los incas llamaban constelaciones oscuras a su sistema de cielos: «Definían en términos de intervalos de oscuridad entre las estrellas, las formas interiores de unos perímetros brillantes». Max le responde aquello de practicar la justicia en la clandestinidad y sigue: «Descendimos tanto a la oscuridad que ya no se separa de nosotros. No hay luces fuera del sistema. La clandestinidad es el único sistema».
Una gran escritora defensora de Katchadjian, a la espera de que engorde su fabulosa novela y tan bien escrita. Ojala que su obra tenga gran repercusión y que sea valorada por los mismos que apoyan a Katchadjian.
Alejandro, a mi lo de Oloixarac me parece un poco viejo, como sociológico. Katchadjian es un vanguardista. Oloixarac en cambio necesita «temas», como toda retaguardia, y sin un tema no es nada.
Saludos.
Experimentación intelectualoide. Bostezos…
Mucho comentario desdeñoso hecho sin leer.