Daniel Riera habla de la nouvelle La menor (Galerna), que se presenta mañana en la librería. «No sé para qué sirve la ficción», dice.
Por Patricio Zunini. Foto: Diego Sanstede.
—La ficción no tiene mala prensa —dice Daniel Riera—, pero sí un margen estrecho. A mí me han relacionado con Aira, lo cual agradezco porque es un escritor notable, pero que toda novela en la que uno hace un ejercicio de imaginación remita Aira… Es como si él fuera el único que tiene permiso para imaginar. A lo mejor tenemos que permitirnos más.
Un escritor recibe el llamado de «un tipo de una empresa que fabrica contenidos para teléfonos celulares», con la propuesta de hacer una novela que se pueda mandar por mensajes de texto. El escritor acepta: necesita la plata. Así comienza la nouvelle La menor, de Daniel Riera.
—Siempre tratamos de explicarnos —sigue Riera— por qué eso que valoramos y apreciamos tanto y que es absoluta prioridad en nuestra vida es tan poco valorado en términos de intercambio mercantil. Los escritores se ganan la vida con el periodismo o dando talleres o editando libros que escriben otros, el mecanismo no termina de cerrar. Un escritor que grita «Necesitaba la plata» hace un llamado de atención en relación con el mundo exterior.
Conocido sobre todo por sus crónicas (que reunió en diferentes trabajos, como Buenos Aires Bizarro, Nuestro Vietnam, Ventrílocuos, entre otros), Riera tiene también una profusa obra de narrativa y poesía: Vas a extrañarlo, porque es justo, Sexo telefónico, El carácter Sea Monkey, etc. La menor (Galerna), con apenas sesenta capítulos de 200 palabras, se suma a esta lista. Pero que la brevedad no engañe: en esas páginas sobran peripecias y personajes de relieve. El escritor —que de no haber necesitado la plata tal vez habría dicho “preferiría no hacerlo”— se propone mucha acción, amor y sexo. ¡Y lo consigue! Entonces la historia de un escritor menor que escribe una novela menor deja su lugar a esa novela menor que se escribe y el libro se llena de situaciones delirantes. Dos hombres (un contador y un soñador) escalan el Himalaya, se enamoran de la misma mujer y tienen con ella una hija superdotada y mutante a la que le ponen de nombre Himalaya. Así, mientras el tipo que fabrica contenidos para teléfonos celulares apura al escritor con la promesa de un millón de dólares —o la muerte en manos de mafiosos— papá contador, papá soñador, mamá e Himalaya viven una serie de aventuras en un crescendo disparatado que deja al lector con una sensación muy parecida a la felicidad.
Con Daniel Riera hablamos de La menor:
—¿La brevedad de los capítulos es una restricción que te imponés por la forma de la novela o porque necesitás de un estructura que te permita dejarte llevar?
—En principio es una restricción que pide el texto por el encargo que le hacen al escritor. A partir de ahí surge un formato funcional para la novela que estoy escribiendo yo y la que está escribiendo él. Pero esa respuesta no es del todo suficiente, porque mi novela anterior también estaba escrita con un formato de capítulos de 3600 caracteres: 60 líneas de 60 caracteres.
—Te gustan que los bloques de textos comiencen y terminen en una página.
—No necesariamente. Hubo un par de críticas, que agradezco, que me relacionaban con OuLiPo, pero para mí tiene más que ver con el periodismo, con la situación confortable de saber que hay una cantidad de espacio a llenar. Te organiza la vida: no sabés qué vas a escribir pero sí el tamaño que va a tener. Ahora estoy escribiendo una novela que arbitrariamente me fijé que tenía que tener capítulos de 6000 caracteres y no funcionó; el primer capítulo tuvo 12000 y me doy cuenta de que la medida es esa. Son restricciones arbitrarias que uno elige para sentirse cómodo. Creo que es hijo del periodismo; es tal vez un lazo entre ese oficio y la ficción.
—En ese sentido, es como si hubiera dos autores: tu ficción se mueve por un territorio muy diferente al de los libros periodísticos.
—Pensalo en términos de mi dúo de ventriloquia, que se llama Paco y Oliverio, y remite a mis dos poetas favoritos: Paco Urondo y Oliverio Girondo. Podemos pensar que uno representa el compromiso y el otro la imaginación, y está la amistad entre ambas cosas. Obviamente ni Paco estaba exento de imaginación ni Oliverio de compromiso. De hecho eran amigos, se respetaban y apreciaban mucho. Yo creo que algo de eso tengo, de hecho sucedió cuando salió la novela estaba estrenando el documental “Un paisaje de espanto” sobre el asesinato de Julián Antillanca en Trelew que hasta ese momento estaba impune. Felizmente la película hizo su granito de arena para que se condenara a los asesinos…
—Eso es algo particular con tu forma de hacer periodismo. Recuerdo la nota sobre los ingenios Ledesma: tu participación como cronista es también una intervención marcadamente política.
—Yo creo en el periodismo como modo de intervención política. Hay quien dice que hace periodismo para entender la realidad: me parece muy bien, es necesario entenderla si querés transformarla. Pero prefiero ir más allá, hacer un aporte para la transformación social. En cambio con la ficción no tengo un análisis tan acabado de para qué sirve, si es cierto eso que dice Paul Auster, que no sirve para nada y que lo mejor que tiene es eso. Puede ser, no lo tengo tan claro. Yo disfruto mucho escribiendo ficción. Borges decía que escribía para entretener a los lectores. Y si Borges decía eso, cualquier paja pretenciosa que venga después se complica mucho sostenerla. Puede ser que lo dijera como una chicana, pero lo cierto es que los entretenía.
—El título La menor tiene sentido en la trama del libro, porque la protagonista es una bebé, pero también es un juego irónico con la literatura mayor, la alta literatura.
—Sin dudas. El juego evidente con Saer y La mayor, y esas oraciones llenas de comas y párrafos largos, mientras que esta una novela tiene una estructura y oraciones completamente distintas. Yo también la paso muy bien leyendo a Néstor Sánchez y hay una novela de Viñas, Cuerpo a cuerpo, que es totalmente áspera y me parece una obra maestra. Pero no creo que una cosa tenga mayor mérito que la otra. En la hucha de uno pueden convivir escritores que se detestan o que no se hubieran leído entre sí. Se puede formar un canon propio con absoluta libertad y tranquilidad. No sé si La menor tiene algo de manifiesto. Una gran influencia para esta novela es Oesterheld. Hasta hay una cita textual del Eternauta: «Somos robinsones en medio de un océano de muerte». Si querés La menor es más liviana, menos densa con respecto a esas oscuridades de él.
—En la novela aparece Dios como personaje. Si bien hay un tratamiento lúdico, juguetón, la manera en que lo critican no parece ser sólo un juego.
—Cuando tenía 18 años le hice una entrevista a Luis Alberto Spinetta y una de las cosas que más le pregunté fue sobre la canción “Crisálida”, que tiene la frase «no tengo más dios». La figura del cristianismo fue muy opresiva en mi vida, una cosa muy densa de la cual estás toda la vida tratando de zafar. Ese grito liberador de Spinetta a mí me marcó mucho. También hay una canción de Bersuit que dice [canta] «Dios se nos cagó, si el sol no sale lo saco yo». Esa necesidad de sacarse a dios de encima para seguir adelante es muy explícita, se pone en el medio de tu camino. Supongo que uno escribe siempre sobre las mismas cosas.
—Tu narrador también es una especie de dios que lleva a sus personajes a través de una serie de peripecias y al final entra en contacto con ellos.
—Pero, en todo caso, en tanto dios, no es un dios manipulador ni un dios que les requiera una conducta determinada. Al contrario: se deja llevar por ellos que lo guían en ese mundo que ellos conocen y él no.
—¿Cuánto tiene Himalaya de Oliverio, tu muñeco de ventriloquia?
—Nunca lo había pensado. Tal vez la relación entre el pequeño tamaño y una madurez o adultez y un liderazgo. No sé si mucho más que eso, que en todo caso es bastante. Pero Oliverio nunca se planteó como un niño, no tiene voz infantil como tienen algunos muñecos, no tiene diminutivo. Paco y Oliverio son pares, no hay un adulto y un infante. Con Himalaya me gustaba la idea del bebé que no sabe que es bebé y por lo tanto no se plantea las restricciones ni las limitaciones que los bebés se plantean. Yo creo que es un poco hija de todos los demás personajes, no sólo de sus padres, y un poco la condensadora del texto: carga con una responsabilidad importante.
—Hay un momento en que el narrador dice de la novela que está escribiendo «Yo no podía saber el final porque cuando lo sé desde el principio, me aburro mucho». ¿La frase que se puede aplicar a vos?
—Es probable. Hay mucha gente que trabaja así, escribiendo maquetas o esqueletitos de lo que van a hacer. Yo no podría resistir el tedio de saber cómo va a terminar, de escribir como si estuvieras haciendo los deberes. Si no hay un poco de incertidumbre, para qué escribimos.
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