Compartimos un extracto de la novedad de Eterna Cadencia editora: Suturas. Imágenes, escritura, vida del escritor, periodista y catedrático, autor, entre otros, también de Fantasmas. Imaginación y sociedad.
Por Daniel Link.
Harto de la realidad (inundaciones, crisis mundial, crisis argentina, tasas de interés bancarias, declaraciones impositivas, salario familiar, bicicleteadas) me refugio en una serie de televisión nueva, más sombría que nada de lo que haya visto hasta ahora, pero que interroga con una radicalidad desconocida la cualidad de lo viviente.
In the Flesh, producida y emitida por la bbc3, fue imaginada por Dominic Mitchell, quien cuenta el proceso de escritura en el blog asociado al sitio del show. La premisa es la siguiente: hay zombis (del yoruba fúmbi, “espíritu”, o del kongo nzambi, “espíritu de un muerto”) pero estos son considerados por el Estado como enfermos que sufren de pds (Partially Deceased Syndrome, Síndrome de Parcialmente Muerto). Desde el punto de vista del Estado Universal Homogéneo, los animales posthistóricos que integran las sociedades humanas sufren (o pueden sufrir) pds.
Sometidos a un tratamiento de rehabilitación y debidamente medicalizados (una inyección diaria en la base del cráneo) son reintegrados (con un set de maquillaje y lentes de contacto de colores que a medias disimulan su condición de no totalmente muertos) a la sociedad, a la familia, al mundo, donde se enfrentarán con el odio de los otros y donde circula también un llamamiento zombi clandestino a la no medicalización, a la resistencia zombi.
El protagonista de la serie es Kieren Walker, afectado por el síndrome y vuelto a su casa en un remoto pueblo rural de la Inglaterra profunda. Lo que se sospecha desde el comienzo se verifica casi de inmediato: Kieren es gay y se suicidó cuando el amor de su vida se topó con la muerte en una de esas guerras imperialistas de Medio Oriente. No se explica el origen del síndrome, que aparentemente no sobreviene por contagio (mordedura), y que sostiene a los que deberían haber muerto en ese umbral indiscernible donde la chispa de vida es apenas una emoción inducida por un medicamento.
Más allá de la trama, el argumento es sombrío porque precisamente subraya el modo en que el Estado interviene en relación con la posibilidad de vida (o de muerte), condicionando incluso aquello que se opone a su soberanía por principio. Kieren quiere morir de amor como un joven Werther pero el Estado se lo impide, devolviéndole la memoria que el pds había borrado de su cerebro arrasado por la enfermedad y el hambre caníbal.
Quise escapar de la realidad pero me doy cuenta de que no llegué muy lejos: me encuentro de nuevo con el Estado Universal Homogéneo y su regulación de lo viviente (inundaciones), el ejercicio demente del poder (integración) y, sobre todo, la masa encefálica crítica.
Pero me encuentro, también, con la categoría zombi o con la metáfora categorial “zombi” que sirve bien para caracterizar a la posfilología que, insaciable, nos persigue*. En su lectura de De nuptiis Philologiae et Mercurii, Michelle Warren ha sabido leer el momento post de la disciplina, en una unión completamente queer:
La crítica moderna ha actuado a menudo como si Filología y Hermenéutica [Mercurio] se hubieran divorciado hace rato, y no tienen nada que ver uno con el otro, ya que cada uno persigue fines mutuamente excluyentes. Tal vez ahora podemos imaginar una reunión transgresora: multirraciales y casados de nuevo (…), Filología tiene aventuras sexuales múltiples, mientras Mercurio prefiere dragearse.
No siempre son felices el uno con el otro, pero sus hijos son hermosos**.
Y en otra intervención deliciosa***, a partir de la suspensión de la costumbre disciplinar de nombrar a las plantas con nombres latinos, Warren se detiene en la afirmación de un botánico: “el latín es un poco como un zombi: muerto pero todavía tratando de meterse en nuestros cerebros”, y la lleva más lejos, para identificar al archivo como una “categoría zombi”. Si la muerte es un sentido fijado definitivamente (la cancelación de todo posible devenir), las “categorías zombis” describen bien el modo en que términos que circulan con presuntos significados fijos se usan para describir situaciones que no se corresponden con esos sentidos fijos. Entre los clichés sobre los zombis, Warren destaca el hecho de que “siguen alcanzándote, no importa lo que hagas”. Esa repetición incesante de un lenguaje que no cesa de oírse se parece más al tartamudeo que a la emisión significante: discontinuo, no lineal, nunca completo, instaura una temporalidad queer (porque el coming out del sentido nunca se completa). Los materiales de un archivo se mueven al mismo tiempo hacia el pasado (como repeticiones) y hacia el futuro (como gestos imposibles de completar): tartamudean.
Y además los zombis no hablan, gimen. Y se abren, así, a un tipo de escopía (o de escucha) diferente de la de los grafos, mapas y árboles que supone la distance reading de Franco Moretti. El tartamudeo y el gemido alegorizan lo “parcialmente entendido”, y son solidarios de la imposibilidad de conocerlo todo.
Un zombi que ha muerto por amor y que, por amor, sigue caminando entre nosotros, tartamudeando, gimiendo, como un testigo de lo que ya nunca más podrá decirnos: lo que tematiza In the Flesh (las signaturas en la carne), se deja también leer en el archivo y la postfilología, desde la perspectiva de Michelle Warren.
En la serie que veo, el zombi (que no puede morir) debe decidir si acepta convertirse en una víctima medicalizada del pds (nombrado en la lengua imperial, el inglés) o si, por el contrario, sostiene su queerness más allá de todas las interpelaciones (la estatal o la divina). “La vida, la enfermedad y la muerte constituyen ahora una trinidad técnica y conceptual” (Foucault)****. El tartamudeo zombi (posthistórico, por donde se lo mire*****) se fuga de la lengua única y suspende los regímenes de categorización, los nombres. “La dispersión de las palabras permite una promiscuidad inverosímil de los seres” (Foucault)******.
* Cfr. Michelle Warren, “Post-Philology”, en Patricia Clare Ingham y Michelle R. Warren (eds.), Postcolonial Moves: Medieval Through Modern, LondresNueva York, Palgrave Macmillan, 2003, pp. 19-45, donde Warren relaciona “filología”, “posmodernidad” y “poscolonial” por su respectivas crisis de identidad.
En oposición a la filología hegemónica durante el Alto Modernismo, “A philology consonant with postmodernism, which is to say a post-phylology, articulates instead the multifarious mediations of historical desires. Post-philology goes beyond the quest of origins, dispersing the evaluative hierarchy whereby studies of the ‘original materials’ (…) are valued more highly than studies addressed to editions” (p. 27)
** Cfr. Ob. cit., p. 38. “Modern criticism has often acted as philology and hermeneutics had long divorced, having nothing to do with each other as each pursued mutually exclusive purposes. Perhaps now we can imagine a transgressive reunion: multiracial and married again (…), Philology sleeps around while Mercury prefers dresses. They are not always happy with each other, but their children are beautiful”.
*** “Ar-ar-archive” (mimeo, 2012), adaptado de una presentación oral para el Coloquio “Surface, Symptom an the State of Critique” en homenaje al 25º aniversario de la revista Exemplaria, Austin, Texas, 9-12 de febrero de 2012. Disponible en línea: https://www.academia.edu/5139333/Ar-ar-archive.
**** Cfr. Michel Foucault, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, trad. de Francisca Perujo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 195.
***** Más adelante volveré sobre el libro del Apocalipsis, en relación con León Ferrari. Pero necesito citar a Deleuze: “Es el libro de cada uno de los que se creen supervivientes. Es el libro de los zombis”. Cfr. Gilles Deleuze, “Nietzsche y San Pablo, Lawrence y Juan de Patmos”, en Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1996, pp. 56 y ss.
****** Cfr. Michel Foucault, Raymond Roussel, trad. de Patricio Canto, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976, p. 50.
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