Sobre La desaparición del paisaje, de Maximiliano Barrientos (Periférica).
Por Patricio Zunini.
El argumento de La desaparición del paisaje, del escritor boliviano Maximiliano Barrientos (Ed. Periférica), es sencillo de resumir: tras 12 años de vida errante por los Estados Unidos, Vitor Flanagan vuelve a su Santa Cruz de la Sierra natal. Es una novela “del regreso”, género clásico desde los tiempos de Homero. ¿Qué la vuelve, entonces, tan singular?
En una entrevista del año pasado, Barrientos decía que siempre vuelve a Raymond Carver, Richard Yates, John Cheever, Joan Didion. Los estilos de aquellos bien pueden funcionar como marco del suyo. En esta novela —al igual que en los cuentos de Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer; en el blog está disponible “Las horas”— hay un tono calculadamente frío, destilado, que impone el drama de lo no dicho, se avanza a través de escenas con un lenguaje directo y cinematográfico —está escrito en pasado, pero tiene el efecto de leerse en presente—, una devastación solitaria atraviesa la vida de cada personaje. Dosis de violencia a destiempo y alcohol completan el cuadro. Sería interesante preguntarse la manera en que Iowa y las residencias en Estados Unidos rompen las tradiciones locales en América latina: por qué Barrientos se relaciona tan bien con Federico Falco y Alvaro Bisama, y en cambio queda tan lejos de Braulio Choque y Augusto Céspedes.