Gabriela Massuh habla de su novela Desmonte (Adriana Hidalgo): «Es muy difícil expresar los problemas de los aborígenes en algo que no sea en un contexto de semificción», dice.
Por Patricio Zunini. Foto: Sebastián Freire.
Catalina recibe el encargo de caracterizar al Daneri —el escritor que Borges caricaturiza en “El Aleph”— de la literatura actual. Ella considera que la cultura debería ser una vía de intervención política y social, pero acepta el encargo: sabe que los suplementos culturales no están hechos para eso y además necesita la plata. Personaje secundario de su propia trama, Catalina vive en un estado de indefensión y, mientras espera el regreso de su hijo, posterga la entrega del artículo y llena el tiempo con aquellos personajes reales del noroeste del país, de los que gustaría hablar.
Desmonte, tercera novela de Gabriela Massuh –ex directora editorial de Mardulce–, viene a continuar una serie involuntaria que se inició en La intemperie y siguió con La omisión. Desmonte es una crítica desencantada a las camarillas literarias a la que Massuh, con maestría, le agrega un nivel más de discusión y señala cómo el desinterés general libera de consecuencias a las grandes multinacionales que expulsan a los pueblos originarios y explotan los recursos naturales sin control. Un libro incómodo y urgente que uno debería tener presente en el cuarto oscuro.
En esta entrevista, Gabriela Massuh habla de su nuevo libro, pero también del compromiso que le llevó a escribir la investigación El robo de Buenos Aires, de la función de los intelectuales, de cómo la literatura argentina sigue teniendo una concepción decimonónica.