¿Cuál es tu personaje secundario favorito de la literatura universal? ¿Qué destino paralelo le darías en tu imaginación, o si tuvieras que escribirle uno? Cuatro escritores responden estas preguntas.
Por Valeria Tentoni.
Holmes y Watson, ilustración de Sidney Paget.
¿Quién puede olvidar a la Señorita Trixie? ¿Quién puede olvidar a un personaje del que se predica: “La Señorita Trixie nunca adoptaba una verticalidad perfecta; ella y el suelo formaban siempre un ángulo inferior a noventa grados”, una mujer que carga las mismas bolsas de desechos desde hace dos o tres años por la oficina de Levy Pants? O los personajes secundarios de Calvino, tan completos, como uno al que le pone en El Vizconde demediado un nombre tan bonito como Fiorfiero nomás para hacerlo durar algunas escenas y resulta ultimado pronto en la máquina del maestro Pietrochiodo, constructor de una “horca para ahorcar de perfil”. Las vigas de esos edificios maravilla que son las novelas, merodeando en el rastro que dejan los personajes principales, también pueden doblarse y provocar derrumbes, o mantener la tensión de la materia erguida, desafiando la gravedad. Su tarea nunca es menor, y cualquier escritor o escritora de valía conoce que esa manufactura de la menudencia es un arte de dominio imprescindible.
Les preguntamos a cuatro escritores cuál es su personaje secundario favorito de la literatura universal y qué destino paralelo le darían en su imaginación, si tuvieran que escribirle uno.
La uruguaya y viajerísima Fernanda Trías, a quien podemos leer en La azotea, Cuaderno para un solo ojo y El regreso, fue con una dupla y les imaginó posibilidades encastradas:
Dos cocineras/amas de llaves: Berenice en Frankie y la boda, de Carson McCullers, y Katasia en Cosmos, de Gombrowicz. Dos mujeres con defectos físicos: Berenice tiene un ojo negro y otro de vidrio azul; Katasia una boca deforme, un labio que se enrosca y desliza como un reptil. ¿Por qué cuando pienso en Berenice no puedo sino pensar en Katasia? Y a la inversa, ¿por qué cuando pienso en Katasia enseguida se me aparece Berenice? Las dos son maduras y rechonchas. Las dos son mujeres que están partidas. Como Gombrowicz escribe en su diario, “trazo dos puntos de partida, dos anomalías muy distantes una de otra”. El ojo de vidrio de Berenice apunta como una flecha a la boca defectuosa de Katasia. Un libro se yuxtapone con el otro. En mi intento personal de organizar el caos, Katasia y Berenice se encuentran. Katasia trae el cenicero de red metálica; Berenice llora la muerte del niño John Henry. De pronto a Katasia le parece encontrar una conexión entre esas dos cosas en apariencia aisladas: el cenicero y la muerte del niño. “¿Podrá ser?”, pregunta Berenice (el ojo bueno se le enciende). Las dos caminan por el jardín de los Wojtys analizando las pistas. Sin notarlo se alejan de la casa, y cuando miran atrás ya no se ve nada excepto matas, árboles y cielo.
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Carolina Bruck, autora del libro de cuentos Las otras y de Fast food, además del ensayo Cuando escribir se hace cuento, junto a Irene Klein y Laura Di Marzo, le dio otra vuelta de tuerca a la vida de Marian Francourt:
Me gusta bastante Marian Fancourt, de la nouvelle La lección del maestro de Henry James, porque desde su papel secundario mueve los hilos de la trama. Marian es como una groupie de fines del XIX: una colorada linda, inteligente, un poco frívola, que una tarde de verano deslumbra a dos escritores: el maestro Henry St George y el novelista joven Paul Overt. Marian piensa que el arte es una experiencia más intensa que la vida; ellos, en cambio, creen que Marian es un arquetipo que supera cualquier proyecto estético. Para lograr una obra perfecta, St George le recomienda a Overt que se aleje de Londres y trabaje en su novela. Cuando vuelve, con la idea de reencontrarse con Marian, se sorprende con que St George está a punto de casarse con ella. No se trata de una traición, le dice su maestro, sino que intenta salvar a Paul como artista. De algún modo, Paul también es obra de St. George. Overt no sabe si se burlaron de él o en verdad la lección del maestro hizo su efecto. Lo más interesante de la nouvelle es que deja instalada la paradoja.
Se me ocurre que este dilema entre el arte y la vida también puede afectar en sus decisiones a Marian. Podría inventarme que, al regreso de Overt, la colorada se vuelve amante del joven. Nada de carruajes a lo Bovary: se juntan en una buhardilla oscura, con más libros que muebles, pero usan unas sábanas de lino finísimas que ella roba de la casa del maestro. Cuando Paul le pide que deje al viejo por él —o que lo mate para huir juntos— ella le contesta que está bien así, disfrutando de lo mejor de cada uno. En un largo monólogo —que empieza con una reflexión acerca de las sombras chinescas y la versatilidad de las manos— habla del tedio de las tareas domésticas que agobian cuando se tienen hijos y también de sus ganas de convertirse en escritora. Paul le besa los dedos de los pies y le entrega el manuscrito de su novela. No le interesa crecer como artista si no es con ella, porque es por ella que lo escribió. Marian no dice nada, se guarda el manuscrito. A los pocos meses, abandona a los dos escritores, se fuga a París y publica la novela de Paul como propia. También podría pensar en invertir los géneros en la novela: que Marian sea un efebo de 25 años y los otros dos, una fotógrafa vieja y una que está empezando, a la que mandan a registrar los fiordos en Dinamarca. Pero esa ya es otra historia.
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Juan Guinot, autor de las novelas 2022. La Guerra del Gallo, Misión Kenobi y Descenso brusco, ganó hace poco el Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil 2015 con Chacharramendi. Su respuesta ya venía escondida en uno de sus cuentos:
Los Irregulares son unos pibitos que viven en la calle y, por unos chelines, le dan data a Sherlock Holmes. Esos personajitos me atraen, sobre todo, porque tiendo a pensar que la inteligencia de salón echa raíces en la de la calle; esta última es para la primera un compost nutritivo. Y que eso quiere decir Sir Arthur Conan Doyle cuando los mete para asistir a su deductivista Holmes.
Con esa idea, imaginé cómo sería un Irregular en esta Buenos Aires y me vino en cartonero, un pibe con habilidades para leer en la basura qué pasó en la casa que la generó. Mi Sherlock porteño es un comerciante de Villa Crespo, devoto de Pugliese, que le paga a ese pibe por la info que lee en la basura.
Sobre esta idea escribí el relato “La Yumba”, que acaba de salir publicado en España por la editorial Cazador de ratas.
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Coincidencia: Leonardo Sabbatella, quien publicó las novelas El modelo aéreo y El pez rojo, y participará del Filba Internacional este sábado, ¡también pensó en Conan Doyle!
Pienso en Watson de Conan Doyle. Un personaje secundario, a la sombra de Sherlock Holmes pero al mismo tiempo su ladero y su narrador. Cada vez que pienso en el Dr. Watson recuerdo un texto de David Viñas en el que, no sin cierta malicia, desliza que Bioy era el Watson de Borges. Podría pensarse a Bioy como un personaje secundario también pero fue quien anotó a Borges en detalle y quien asistió a su intimidad como nadie. Quizás en esa figura que encarna el Dr. Watson, casi como un tipo puro, la que más me interese para los personajes secundarios: hombres cercanos que de cierta forma documentan a otro, lo acompañan entre el enojo y la admiración.
También pensaba en los personajes marginales de Onetti que parecieran ver todo medio de costado, corridos de lugar, algo decadentes y con ciertas ambiciones frustradas. Personajes secundarios que repiten a escala, en miniatura, ciertas lógicas de los personajes principales o de la novela en general. Creo que esta es otra forma que me resulta particularmente interesante.
Por último, recordaba el personaje del padre en La calle de los Cocodrilos de Bruno Schulz. Una figura ausente la mayor parte del tiempo pero aun así capaz de generar efectos. Son atractivos esos personajes que no necesitan de muchas apariciones para mostrar su fuerza, su lugar de gravitación. Parecen recorrer el texto con cierto carácter fantasmal.
Me parece interesante también el efecto que genera en la obra de Saer que algunos personajes que a veces son protagonistas, en otras novelas sean secundarios o marginales. Creo en ese sentido que la operación de Saer es precisa y cautivante, el lector sabe que Tomatis, por ejemplo, no es el protagonista de esa novela pero al escucharlo aparecer ya está atento para ver si puede saberse algo del personaje que no se haya dicho en otra novela, que modifique lo que conocemos como su biografía.
Son distintos tipos de personajes marginales los que me interesan pero creo que todos tienen en común el hecho de que inciden de manera indirecta y subterránea, al modo de un efecto colateral, en la escritura y en la lectura.
¡Queequeg!