La barbarie del cuento borgiano en una reescritura moderna.
Por Jorge Consiglio.

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones.
J.L.B.
La carpintería es un arte nobilísimo; pero su abuelo nunca la consideró una elección. Estaba seguro: se dedicó a la madera porque la vida resolvió por él. Llegó a Buenos Aires en marzo de 1912 y tuvo la fortuna de que un ebanista lo empleara. A partir de ese momento y hasta el día de su muerte, su profesión funcionó como un circuito cerrado. Fue la defensa frente a las catástrofes: indigencia, desolación, tedio. A él, que se llama Francisco Montenegro, le pasó lo mismo con el comercio. Alguien insistió y puso un kiosco sobre la calle Suipacha. No le fue bien, pero perseveró: abrió un lugar de comida rápida en el microcentro. Su último emprendimiento, el que todavía conserva, es una pizzería que está en la esquina de Independencia y Matheu. Montenegro vive con su familia en un departamento y no tiene problemas. Entiende que la prosperidad, igual que la gordura, llega sin que uno lo note.
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