Beckett produjo una escritura sagrada para una humanidad sin Dios.
Por Andrés Hax.
Samuel Beckett (Foxrock, Irlanda, 1906 – París, Francia, 1989) pertenece a una categoría aparte de la literatura. Como Franz Kafka y Emily Dickinson, Beckett es un santo secular. En su escritura encarna una versión de la condición humana enfrentada con sus límites: el límite del lenguaje, del cuerpo, del absurdo, de la conciencia. Como los cuadros de Francis Bacon, lo que muestra es un espanto. Pero no es un espanto escandaloso, sino el producto de una lucidez absoluta. Esa es una parte de la santidad de Beckett: su visión (y su representación) del ser humano. Un santo es alguien a quien rezamos, a quien le pedimos ayuda, socorro, paz y luz. Para sus devotos, Beckett obsequia estos bálsamos existenciales. Leer y releer a Beckett a lo largo de una vida se convierte en un proceso litúrgico.