A partir de la muerte de Sylvia Plath y buscando comprender su propia experiencia frustrada, Al Alvarez recorre la historia del autoaniquilamiento en El dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio (Hueders).
Por Patricio Zunini.
Morir / es un arte, como todo. / Yo lo hago excepcionalmente bien.
Sylvia Plath
Al Alvarez (Londres, 1929) comienza El dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio (Hueders) con un breve perfil de la poeta Sylvia Plath. Fue él quien la descubrió a comienzos de los ’60, cuando trabajaba como crítico en la sección cultural del diario “The Observer”. Plath todavía estaba casada con Ted Hughes y vivían una vida tumultuosa. En el recuerdo de Alvarez, Plath está en caída libre y la poesía funciona a un tiempo como paracaídas y lastre. Plath ya había intentado seriamente suicidarse un par de veces y, según Alvarez, aquellas experiencias le habían hecho sentir que tenía autoridad para hablar del tema; a lo largo de los años, reaparecía en sus poemas como una obsesión. Alvarez recuerda los últimos momentos de Plath, hoy trágicamente famosos. En su nueva casa —una que había pertenecido a Yeats; y justamente Alvarez toma un poema de Yeats para el título del libro—, separada de Hughes, la madrugada del 11 de febrero de 1963, dejó en la habitación de los hijos un plato de pan con manteca y dos vasos de leche, por si tenían hambre mientras esperaban a la niñera. Luego fue a la cocina, metió la cabeza en el horno y abrió la llave de gas.