La pregunta podría ser: «si un amigo te pregunta qué leer, ¿qué le recomendarías?» Ni cuál es el mejor de la historia, ni cuál es que hay que leer sí o sí. Simplemente qué libro recomendarías hoy.
Hoy recomienda Pablo Toledo, autor de Se esconde tras los ojos (Alfaguara, 2000; Premio Clarín de Novela):
Más que una recomendación, hago un voto de confianza: estoy leyendo una gran novela de un gran autor, una de esas que uno querría que todo el mundo hubiera leído, y entonces, sin llegar al final, la recomiendo con fe ciega.
Se trata de Never Let Me Go (Nunca me abandones, en la traducción de Anagrama), la última novela de Kazuo Ishiguro. Para los que no lo conocen, Ishiguro es el autor de The Remains of the Day, la novela en la que se basó la película con Anthony Hopkins y Emma Thompson (Los restos del día en libro, Lo que queda del día para la película). Los libros de Ishiguro tienden a explorar ese ambiente de decadencia colonial melancólica que trasunta en Los restos…, con un estilo impecable y una sutileza infinita — sutileza no tanto en el lenguaje o en el tono general, sino en la manera en la que comprende, construye y retrata situaciones y personajes precisos a los que nunca se les acaban los matices. Es el paisajista que pinta ese tono imposible del atardecer, que no es ni un color ni otro ni todos a la vez, y la tiene tan atada que lo saca perfecto.
No me abandones es un cambio con respecto a las novelas anteriores, ya que se mete con una trama que podría encuadrarse en la ciencia ficción o cierto futurismo antiutópico leve (y de la que no pienso adelantar una palabra: uno se pasa las primeras 50 páginas creyendo que se equivocó de libro, y recién en la página 100 se entera del nombre de la narradora). Lo genial del libro, en realidad, es que lo plantea como una novela de iniciación en primera persona: como vemos y entendemos lo que la narradora ve y entiende, y ella al principio ni ve ni comprende nada de lo que rodea a su pequeño mundo, lo que atrapa es la revelación gradual de ese contexto, un equilibrio justo entre cierto mecanismo detectivesco con el bildungsroman, un jugueteo con la novela de la clase alta inglesa a lo Evelyn Waugh, un Catcher in the Rye reescrito por Henry James después de haberse empachado con Philip Dick, un argumento que maneja los ritmos de un striptease. El problema eterno de las historias con mundos complicados y distintos de la realidad es cómo condensar en pocas páginas ese mundo inventado para que el lector entre rápido y pase a la trama: acá es al revés, pasan cosas todo el tiempo y entre esas cosas hay desajustes, huecos, destellos de esas reglas. Un capo.
Los que puedan y se atrevan, háganle un corte de manga a Jorge Herralde y sus traductores/asesinos a sueldo y busquen la versión original (seguramente está en el estante de Pocket Books de Eterna Cadencia). Ishiguro es, entre los escritores del famoso Dream Team inglés, «el» estilista de la palabra — más incluso que Julian Barnes o Ian McEwan. Nadie hace páginas tan perfectas y musicales como las de Ishiguro, que no son como monumentos a «qué banana soy, mirá como me tragué un diccionario» sino instrumentos precisos para decir lo que necesita decir.
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