Entrevista a Fabio Morábito, autor de La lenta furia, Grieta de fatiga y La vida ordenada, todos publicados por Eterna Cadencia Editora. “Siempre me ha parecido el preámbulo para una mala literatura cuando el autor necesita de sus historias para resolver algún conflicto propio”, dice.
Por Patricio Zunini. Foto: Hebert Camacho.
¿En qué momento Morábito cruzó el umbral de los consagrados? ¿Fue con La lenta furia, fue con Grieta de fatiga, con La vida ordenada? ¿Fue ya con Lotes baldíos, su primer libro de poesía, o con el multipremiado La ola que regresa? Lo cierto es que este escritor de vida trashumante —nacimiento en Alejandría, infancia en Milán, adultez en el DF— y visitante de géneros diversos —narrador, poeta, ensayista, traductor— es una de las voces más relevantes de México y un referente de la literatura de América latina. Morábito, que mantiene vínculos estrechos con Buenos Aires, llega esta vez dentro del contingente de autores que participan en el homenaje a la ciudad de México en el marco de la Feria del Libro. Llega con un nuevo libro, al que, con mordacidad, llamó El idioma materno, que incluye textos inéditos junto con las columnas que publicó en la Revista Ñ. En esta entrevista, lejos de una pose escandalizante pero tampoco beatífica, Morábito habla de la forma en que entiende la literatura.
—En la mayoría de tus cuentos y poemas hay una sensación de inminencia. Quería que comenzáramos hablando de eso.
—No hay historia, por más filosófica o psicológica que sea su temple, que no introduzca un mínimo de suspenso o de enigma que hay que resolver. Toda historia se fundamenta en eso. Hay algo que va a pasar o que ya pasó y cuyo misterio hay que esclarecer. Esa es la fuerza dramática que puede atrapar al lector, sin ella no sería concebible que nos contáramos historias. En ese sentido no creo ser nada original.