El editor de Caja Negra, sello que comanda junto a Diego Esteras, elige cuatro citas de Hombres del ocaso, la primera novela del británico Anthony Powell, publicada originalmente en 1931 y rescatada por Fiordo Editorial.
Selección de Ezequiel Fanego.
“El tocadiscos había vuelto a funcionar. La fiesta se veía ya un poco menos concurrida, pero la gente parecía cansada de bailar. Alguien se había caído en la esquina de la habitación.
Atwater no llegaba a ver si era o no el señor Scheigan, pero le pareció que la figura tenía un traje de corte similar. Harriet había desaparecido. El hermano de Barlow deambulaba terminando las bebidas abandonadas por sus dueños. Pringle había vuelto al sofá. Todavía tenía mojados los pantalones y llevaba una nariz falsa que le daba a su cara una desacostumbrada dignidad. Lola se sentó muy cerca de Atwater en el sofá. Pringle dijo:
—Acabo de ver a tu amiga Harriet irse en el coche de Gosling.
—¿Sí?
—Sí.
Atwater, que había caído en coma, miraba la puerta frente a él. Se había cansado ya de la fiesta, pero carecía de voluntad propia para partir. La entrada se despejó por un momento, y, mientras observaba, una chica que recién llegaba se paró en el umbral y se detuvo a mirar alrededor antes de entrar. No era alta y tenía ojos grandes que le daban un aire a la vez divertido y sorprendido, y al mismo tiempo decepcionado. Como si lo que veía fuese lo que había esperado y aun así la hubiese conmocionado darse cuenta de cómo eran realmente los seres humanos. Por otro lado, no parecía pertenecer en nada a la habitación. Era algo separado.
Su entrada a la habitación la convirtió en objeto inmediato de percepción. Hacía el efecto de un retrato pintado contra un fondo imaginario, incluso un paisaje imaginario, donde los valores son los de dos imágenes diferentes y la figura parece superpuesta sobre un fondo. Atwater la miró”. (más…)
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