Entrevista a Quintín [Segunda parte, leer la primera]
Por P. y P.Z. Fotos: Lucio Ramírez
La charla continúa, los mozos se llevan las tazas vacías y traen nuevos cafés, Quintín entra en calor: se saca el pullover. Hablamos de literatura, de cómo ve la literatura argentina actual. César Aira, Pola Oloixarac, Juan Terranova, Iosi Havilio, Félix Bruzzone. Los nombres se suceden si respiro.
Tu lectura parece tener la aspiración de ser la de un crítico.
No sé. Digamos: un día me improvisé como crítico de cine. Dije, bueno, no tengo ningún antecedente, no estudié cine, no estudié periodismo, pero a mí me parece que yo puedo escribir crítica de cine. No sé si me fue bien o mal, si lo que escribí estaba bien o mal, pero bueno, hice una carrera que se puede decir “profesional” como crítico de cine. Justamente, cuando nos compraron la revista y nos echaron del festival, nos quedamos sin trabajo y yo hacía tiempo que tenía ganas de escribir sobre literatura. Secretamente venía comprando libros durante los últimos años en que hacíamos el festival. Venía preparándome de algún modo para algún día escribir sobre literatura. Dije “este es el momento” y empecé a escribir sobre literatura. De alguna manera imitando lo que había hecho con el cine. Porque no conocía otro modelo. Pero estaba en las mismas condiciones. Era virgen respecto del medio profesional, del medio académico, me conocían un poco en el mundo periodístico, pero de hecho en los ambientes literarios era un outsider y un novato. Dije “por qué no, por qué no se puede intentar el mismo camino”, que era ponerse a escribir.
¿Cuándo empezás a leer?
Hace mucho tiempo, desde la adolescencia. Tuve épocas que leí más que otras, tuve baches enormes. Pero también los tenía en el cine cuando empecé. Pensá que yo no era un asiduo cultor de cineclub, de cinematecas. El cine clásico, las cosas que se habían estrenado antes de que uno había nacido recién las pude ver cuando aparecieron las videocaseteras en los años ’80.
No es lo mismo el cine y la literatura porque si uno quiere hacerse una idea de la historia del cine, todas las películas que hay que ver las ve en un año sin problemas, o en menos tiempo. Con la literatura es un poco más complicado, hay cosas que uno sabe que nunca va a leer, a menos que haya sido un lector asiduo y consecuente desde la infancia. Uno sabe que no va a poder abarcar todo lo que habría que leer. Pero en principio, la idea de un crítico, sí: no sé lo qué es un crítico, pero es la idea que yo tenía de lo que es escribir crítica.
¿Leés con placer?
Sí. Como en general mi trabajo como crítico literario es bastante amateur, y lo que hago más o menos profesionalmente es escribir columnas en Perfil que son libres, nadie me dice “tomá, reseñá este libro”, leo lo que quiero. A veces me pongo a leer determinadas cosas…
Algunas las terminás y otras no: Aira.
[Se ríe] Ese es un proyecto a largo plazo…
Lo que pasa que cuanto más largo, más libros.
Me va ganando, es una cosa increíble. Por ahora los compro. No lo leo en orden. Me parecía un proyecto interesante, me desborda un poco. Porque hay tantas cosas escritas sobre Aira, tantos estudios y tesis. La idea era leerlo de una manera un poco más ingenua.
Pero no es fácil, porque parece que es un escritor del que está todo dicho, empezando porque él parece haber clausurado las vías de interpretación de su propia escritura diciendo dos o tres cosas que todo el mundo repite. Y que para mí son tonterías. Me causó mucha gracia leer en algún lugar que Aira decía que eso del procedimiento, que el procedimiento era lo único que importaba en la literatura era una pelotudez, que era una tontería que se le había ocurrido como boutade, y todo el mundo la repitió. Una de las cosas que yo intentaba hacer leyendo a Aira, ya tiene menos gracia: quería decir que el procedimiento era una pavada. Pero Aira me ganó de mano, ya lo dijo él.
Cuántas cosas se han escrito hablando del procedimiento de Aira. Y ahora el tipo sale a decir que. Esto tampoco es completamente verdad, porque algo del procedimiento hay, pero la idea de que hay una guía de lectura para Aira dada por el propio Aira que han seguido de una manera casi irreflexiva un montón de estudiantes de letras y de periodistas culturales es un poco cómica. Porque si uno lee a Aira se da cuenta que no cabe resumir toda la obra de Aira en dos o tres recetas, ¿no? Que escritura continua, que escribir mal, que publicar antes de escribir, que el procedimiento. Eso no resiste una lectura de la obra.
Llama la atención el interés que tenés en leer a escritores relativamente jóvenes.
Sí, porque también, eso en el cine me dio mucha satisfacción. Por ahí uno repite. No sé si ustedes vieron una película que se llama El motín del Caine, con Humphrey Bogart que hace del capitán en un submarino, que está totalmente loco. Están en guerra y se pone a investigar quién se robó una porción de helado. Completamente paranoico: una vez cuando él era recién oficial había descubierto un caso que se habían robado la carne de la heladera, entonces la idea de que una idea ya la había servido… Casi le terminan hundiendo el barco. Yo siempre pienso que algo que una idea que te sirvió una vez no tiene por qué dar resultado siempre.
Pero en este caso decidiste seguir un mismo camino.
Claro, con el cine joven resultó que, de alguna manera, fuimos los primeros que llamamos la atención sobre el nuevo cine argentino. Hay una – a esta altura uno podría decir “célebre”– tapa de El amante que estaba dividida en dos partes, una parte se llamaba “lo malo”, que la última película de Subiela y “lo nuevo” que eran los cortos de historias breves que dieron a conocer a una serie de directores que luego fueron importantes en el nuevo cine argentino. Haber pronosticado y acompañado la existencia de un nuevo cine, una nueva generación, fue una operación crítica exitosa. No pensada como operación, pero fue como una intervención. Más que operación, esa sería la palabra: intervención. Fue una intervención crítica exitosa en el terreno del cine.
Cuando me quedé fuera del circuito cinematográfico y empecé a pensar lo que había en la literatura, me pareció que estaba pasando algo con la literatura argentina. Se repetía la sensación que había como un clima de ebullición. Estamos hablando del 2004. Había que acompañar eso. Fui uno de los primeros en decir “acá está pasando algo” y en leer la primera antología, La Joven Guardia de Maxi Tomas, y tratar de ver qué había ahí. Sin ninguna intención de hacer una propaganda de la literatura joven, ni de ponerme en campeón de una generación. Si no la idea de que había algo que estaba pasando y que valía la pena leerlo. Ver qué había ahí y tratar de discriminar lo que a uno le interesaba de lo que no le interesaba.
Creo que, efectivamente, hubo una cierta pertinencia en esa intervención. Pero después la historia me pasó por encima. Quiero decir: ahora se multiplicaron las antologías, los escritores jóvenes empezaron a hacer una especie de gran bola de nieve, de gran lobby también, aparecieron intervenciones críticas desde una apuesta de la nueva generación, una renovación de la literatura, en la cual, a diferencia del caso del cine, no tengo nada que ver. Cuando sale la gente a proclamar la revolución kirchnerista y a decir que tiene que volver el realismo socialista, y la literatura para las masas, esas idioteces que escriben tipos como Vanoli, Terranova, amigos de esa gente, el sector populista y que hace terrorismo ideológico en la literatura, digamos, eso fue para otro lado. Creo que es lo que ahora aparece de algún modo dominante en relación a la corriente más ligada a un academicismo socialdemócrata que fue la que dominó durante los ’80 y los ’90.
¿Es dominante o hay una puja?
Yo creo que en este momento son los que de alguna manera avanzan sobre el resto.
¿Dónde ubicás a Pola Oloixarac?
Pola es un caso muy curioso. Es funcionalmente kirchnerista, aunque es una gorila de raza. Pero es funcional a la idea de que los jóvenes están copando la literatura. Y los jóvenes son, finalmente, los jóvenes kirchneristas, los jóvenes que reniegan de un pasado más o menos reciente, la Academia, Sarlo, la idea de estos escritores defendidos por Punto de Vista, Chejfec, el mismo Aira –aunque no sea un escritor de Punto de vista–. Digamos, la idea de que esa generación, Guebel, Pauls, esos están muertos. Ahora viene la generación de gente estrictamente contemporánea, en armonía con su época, orgullosa de su estatuto de estudiantes de letras, su pertinencia académica y de su dinero. El circuito alrededor del cual se organiza, me parece, la nueva literatura.
En esta organización a la que te referís, ¿dónde sentís que se vivencia el polo de poder: en internet, en la Academia, en las editoriales?
En la prensa. Creo que la extraordinaria cantidad de reseñas favorables de la novela de Pola revela que hay un control casi absoluto de la prensa literaria por parte de este populismo académico, por así llamarlo. De este populismo universitario, digamos.
¿La prensa impresa?
Bueno, incluso en los blogs. Pero si vos agarrás, prácticamente todas las reseñas que se escribieron sobre la novela de Pola son favorables.
Está la tuya, la de Planta…
Y la de Sarlo que es ambigua. Yo ni siquiera escribí una reseña. La de Planta fue muy en contra, muy en contra. Pero ese es el sector marxista tradicional que no está con el sector populista chavista, digamos. Se juntan ciertas ideas que me parecen anteriores al ‘70, ciertas ideas que podrían corresponder al PC, la idea del realismo socialista como estilo. La idea de un arte para las masas con la pertenencia a determinados círculos muy elitistas. Extraña conjunción.
Además, todos los que escriben reseñas están formados en la Facultad de Letras. Esta es una observación que hizo Sarlo y que me parece pertinente. Que todos parecen cortados por la misma tijera, impulsados a decir las mismas cosas y además en un circuito. Está bien: yo nombré a los más recalcitrantes que han emergido de una manera muy oportunista con expresiones de este nuevo tiempo, esta especie de caricatura de la revolución rusa que pretenden encarnar y de algunas otras revoluciones.
Nunca la productiva.
No… [Risas] Yo no sé en qué sentido lo decís pero me parece que producen muy poco. No hay una producción asociada a esta generación importante. Es uno de los efectos perversos de Aira: que no es necesario publicar algo importante para intervenir en el terreno de la literatura.
¿Ves a tres, cuatro o cinco escritores que te gusten más que el resto?
Yo creo que sí, que hay cosas interesantes. Me parece que hay dos o tres libros, primeras novelas que me parecieron muy interesantes. Opendoor de Havilio, Hidrografía doméstica de Gonzalo Castro, alguna cosa de Coelho, un libro que se llama Entre hombres de Maggiori. Hay algunos libros, me debo estar olvidando de alguno. Requena me gustó, pero me parece muy sesgado respecto de todo esto, muy marginal, un ejercicio interesante pero muy marginal respecto de todo esto.
¿Alguno de los cuentistas reseñados?
Sí, algunos de los cuentos me gustaron. Hay gente que escribe bien, Mariana Enríquez, Pron. Hay cosas que realmente me parece interesante. No me parece que haya alguien que tenga una pequeña obra, alguien que tenga tres novelas para decir… No hay para mí un equivalente a Alonso en la literatura. Pero puede ser que yo no los conozca, tampoco. Hay una generación intermedia que no la conozco bien, los Ferreira, esa generación.
¿La de Casas?
Casas me parece que es interesante, pero tiene poca obra. Me parece que es algo que siempre está en… No me parece mal Casas, tampoco Cucurto, alguna cosa de Fernanda Laguna que publicó Mansalva, Dalia Rosetti. Me parece que está bueno, en fin.
De todos modos me parece que la figura central de la literatura argentina ha pasado a ser Aira de manera rotunda. O sea: conviven esos dos fenómenos, la emergencia de Aira como el sucesor de Borges, como la gran figura de la literatura argentina junto con algunos tipos de esa generación, que también son interesantes: Fogwill, Guebel, Chejfec. Con esta nueva generación que trata de alguna manera de ocupar posiciones en ese universo.
Lo que se ve es que hay mucho interés de tu parte y sin embargo hay mucho desaliento en la lectura.
Yo creo que lo que más me desalienta en la lectura de la literatura argentina es algo que no tiene que ver con la mayor o menor felicidad de cada uno de los autores, si no con la idea de que la literatura argentina es el centro del universo. Hay un fenómeno que a mí me parece fascinante del punto de vista histórico, sociológico, político: la idea de una literatura lumpen que se considera a sí misma como refundadora de la literatura. Esto viene –si uno quiere– de Arlt, después pasa por Lamborghini, Zelarrayán, con la idea de que acá hay una serie de escritores malditos, que las clases dominantes no han tenido en cuenta y que se han alzado contra un orden de cosas. Da lugar a que no tiene ningún sentido leer una novela del siglo XIX. Todo este movimiento es un movimiento contra la lectura, finalmente. Los personajes de este terrorismo, es un terrorismo contra la lectura. Es como un movimiento anti Babel. Yo no participé en ese período, pero si uno va para atrás y ve a Chitarroni, a Feilling, rescatando oscuros escritores ingleses y buscando la idea de que la literatura es enorme. Ese título de Chitarroni: Mil tazas de té, la idea de que hay una infinidad de cosas para leer. En esta gente yo veo el movimiento contrario, hay una especie de quema de libros Entonces, digamos: ¿uno debería ponerse a leer a Proust o ponerse a leer a estos tipos?
No recuerdo en qué prólogo se decía que se sienten libres porque no tienen padres. Pero vos ves que tampoco tienen padres afuera.
No, no, no. Digo: me parece lógico que alguien quiera escribir contra Borges o contra Aira o contra quien sea. Pero la idea de que la literatura sea una especie de diversión burguesa, de pérdida de tiempo, que ya pasó de moda todo eso, que la literatura empieza con las clases que se dan en la Facultad de Letras sobre la vanguardia y la teoría literaria, que la literatura se refunda en la teoría dando por liquidado con todo lo que se ha escrito hasta 1992 –qué sé yo–, o hasta Lamborghini, o hasta Puig, o hasta donde sea. Eso me parece que es muy descorazonador. Esto me parece que tiene que ver con una situación económica muy complicada de la Argentina, donde los libros se han hecho prácticamente inaccesibles, donde no hay bibliotecas, donde la literatura ha pasado a ser una cosa estrictamente del presente.
Ahí me encuentro en una contradicción, porque por un lado me parece que la intervención crítica es una intervención sobre el presente. Justamente en el terreno del cine me causa cierta tristeza quedarse siempre hablando de las películas de John Ford, de Godard, de lo que sea. Pero al mismo tiempo me parece que sin eso no hay posibilidades de discutir con el cine del presente. Es autorreferente la literatura con la que uno se está encontrando. De alguna manera es una literatura “posmoderna”, “pop”, términos que a uno lo califica totalmente como reaccionario frente a esa situación. Hay algo perdido en la idea de ser tan contemporáneo, ¿no?
Escribir el zeigeist de la época y ser parte de él. Ese tipo de arte me molesta: protegido por las convenciones de la época. Eso es lo que yo veo mucho en la literatura argentina. Que se dicen las cosas que hay que decir y se escribe sobre lo que hay que escribir.
Es muy difícil encontrar libertad en la narrativa argentina contemporánea, por eso me parece que Aira es tan importante. Un libro como el de Havilio, que uno se pregunta de dónde salió este tipo. Bruzzone es otro tipo curioso, porque ha encontrado libertad pero además se nota la tensión por lograr que esa libertad se manifieste. Es una pelea desaforada contra un mundo que lo obliga a decir otra cosa.
Si querés, esa desilusión tiene que ver con que uno siempre le gustaría que no hubiera ese contraste entre lo que se escribió y lo que se escribe ahora. Pero por ahí es porque uno es un reaccionario, no lo sé.
[…] the second part of the same interview he says that Pola […]
Quintin no es ninguna novedad que de todos esos autores que trajo la nueva narrativa Bruzzone y Coelho, y que Havilio y Castro escribieron dos muy buenas primeras novelas tampoco. Estás copiando el recorte de la Sarlo. Creo que Coelho es el Alonso de la literatura argentina, no sé si es bueno o malo eso, eh. Sus novelas son difíciles, lo mismo me pasa con las películas de Alonso, buenísimas y esteticamente coherentes … pero muy lentas! Bruzzone sería un Llinás, más cool. Igual creo que acá estamos ante un cine y una literatura para entendidos. Me parece que el debate es ese, la densidad de un Alonso o un Coelho, o la liviandad ingeniosa de un Trapero o un Cucurto. Kirchnerismo, populismo, parecen traidos de los pelos.
No sé, Coelho es un escritor más bien de la academia, heredero de Cohen, mucho más difícil que Alonso en lo suyo. No sé si se puede establecer un paralelismo entre cineastas y escritores, estos últimos mucho más autoconsicentes. Lo del kirchnerismo es arriesgado, lo sé. Pero veremos qué pasa.
Q
Q. tu idea de escritor académico es confusa. Académicos son Pauls, Piglia, Kohan, que escriben desde la teoría y para teóricos, son políticamente correctos e hiperprolijitos. Pero ni Cohen ni Coelho tienen las características del escritor académico argentino. Que los lea la academia es otra cosa. Pasa con Aira también, pegó en la academia, pero no tiene nada académico en su literatura. Con ese criterio tuyo, Alonso sería un director académico, los únicos que soportan sus películas son los críticos. Pero yo creo que filma lo que se le canta, no piensa en los críticos y ni en los festivales. Que los críticos se fascinen es otra cosa.
Muchachos, solo para recordarles que Marcelo Cohen está vivo y que serían los mejores años para seguir su obra, si tuviera a una crítica solvente para señalar sus aciertos y errores. Evidente, esta no lo es. Y esto solo por nombrar a uno. La foto no más de un Quintín como patriarca debería disuadirnos de leer este delirios papales en el que incurre -será el nuevo Sarlo?, quiere interpretar al padre Filipell? No, yo creo está más en papel para hacer de Grassi.
Treinta comentarios no hacen una revista. Ni hacen un blog serio. En serio. Pensalo, Quinta.
Perdón hablamos del Coleho de los brolis de autoayuda??? Nah… ¡en serio! ESO es ¿¿¿escribir??? Espero que no y aclaren mi confusión… gracias…
A mí me gustó mucho El Alquimista.
¿Quintín es el de las historietas?
No, pepe, hablamos del Coelho bueno, Oliverio.
Gracias Fer, en ningún lugar pusieron el nombre y bueh… soy un poco neofito en ciertas cosas ;-P
Perdón, Bertold es más neófito que yo… mencionar que El Alquimista valió la pena ser leído y casi confundirlo con LITERATURA es poco menos que un sacrilegio… eso y confundir a Quintín con Tintín es de sexta…
Bertold, volvé cuando no estés tan verde…
Ah! y Bertold no se escribe así… buscá bien, sino, tu comentario ya no se parecerá a un chiste sino a la apreciación de un ignorante… Va con onda! ¿O fue una provocación?
Perdón, Pepe, yo pensé que lo tuyo también era un chiste y quise seguirte la corriente.
Bertold se escribe como se escribe: Bertold.