Por P.Z.
Con dos chicos inquietos que iban y venían, y que parecían siempre a punto de meter un pie en un pozo, tropezarse delante de la pileta, o ser mordidos por un perro, los momentos de lectura en mis vacaciones resultaron bastante breves.
También, reconozco, estuve un poco disperso. Si aquí prefiero leer antes que mirar por la ventanilla del colectivo, allí prefería perderme en las montañas antes que en las letras.
Tal vez sería un buen tema para una columna dominical: cómo es el comportamiento del «lector urbano» en vacaciones. Lo pienso a partir de una nota que Clarín publicó el domingo pasado en la que diferentes escritores contaban cómo aprovechaban el verano en la ciudad. Me gustó particularmente la imagen del escritor que allí sostenía Sonia Budassi: «a pesar de poder mezclarse en rituales comunes a otros, [los escritores] nunca dejan de tomar notas, de captar impresiones, de leer, de preguntarse, de escuchar y observar emocionados o cínicos».
Justamente, uno de los libros que llevé y comencé a leer en las vacaciones fue Los domingos son para dormir, de Budassi. En cada cuento -al menos los que llevo leídos- consigue desarrollar con calidez y solvencia esa particular visión del escritor que destacaba en el diario.
Si los domingos son para dormir, las vacaciones son -o deberían ser- para leer. Y si no se puede leer todo lo que uno quiere, está bueno que lo leído por lo menos valga la pena.
Deja un comentario