Fragmento de «Marlboro Light», de Mario Bellatin. Incluido en Vagón Fumador.
Marlboro Light
El escritor escuchó, como un rumor vago producido a sus espaldas, que no había nada más interesante que consumir un Marlboro de vez en cuando. Ahora lo vemos, aplastado sobre sí mismo, cargando con una edad que no parece corresponderle. Está semidesnudo. Golpeado. Se encuentra en la puerta de un local nocturno y presenta una retorcida postura en apariencia oriental. Todo empezó cuando oyó que se debía fumar un cigarrillo cuando se sintieran ganas de hacerlo. Antes de eso se consideraba un hombre común y corriente. Por eso le llamó la atención un consejo semejante. Hasta ese momento no había experimentado problemas psicológicos mayores. Pensaba que los cigarrillos estaban diseñados para otro tipo de persona, hombres desequilibrados principalmente. Cuando oyó el consejo estaba tomando el sol en una de las terrazas de lo alto de la bahía. Abajo, casi en el borde del horizonte, podían verse algunas embarcaciones. En ciertas épocas podía apreciarse desde allí la peregrinación anual de las ballenas. A pesar de lo majestuoso del paisaje, el escritor puso especial atención al consejo que oía a sus espaldas. Hizo incluso algunas preguntas. Descubrió entonces que los Marlboro eran un producto que cualquiera podía utilizar. Que era posible obtenerlos no solo para solucionar algún problema de índole personal, sino principalmente para experimentar nuevas sensaciones. Nunca antes lo había tenido en cuenta. Quizá porque eran pocas las cosas que verdaderamente le llamaban la atención. Sin embargo, en algunas ocasiones hacía ver a los demás que era agradable encontrarse en terrazas de casas de playa. Pasear en velero. Comer las ostras recién cosechadas que ofrecían ciertos pescadores que se acercaban a venderlas al borde del acantilado. Creyó olvidar aquel consejo –de fumar un Marlboro de vez en cuando– hasta dos semanas después. En ese entonces el escritor se encontraba en su propia casa acompañado de un amigo. Se trataba de un encuentro un tanto forzado. Era lunes. El escritor hubiera preferido acostarse en su cama, ver las noticias y dormir para estar despejado al día siguiente. Pero se le hizo tarde para cancelar la cita. En cierto momento, no sabiendo bien qué tema tocar, le preguntó al amigo si sabía de las propiedades de los Marlboro, y si era cierto que no era un producto diseñado únicamente para personas con problemas. El amigo respondió que no los había probado nunca, pero que ciertos conocidos habían alabado más de una vez sus propiedades. En ese momento nuestro escritor sugirió que salieran a comprar un paquete y que buscaran después un lugar apropiado donde consumirlo. Era difícil. Se trataba de un día muerto, además hacía frío, pero ambos parecían encontrarse realmente aburridos en esa casa. Decidieron salir a la calle.
Mario Bellatin nació en México en 1960. “Soy Mario Bellatin y odio narrar”, ha escrito el autor, también: “No recuerdo, exactamente, cuándo nació esta necesidad tan absurda que me obliga a permanecer interminables horas frente al teclado o delante de las letras impresas de los libros”. A pesar o como consecuencia de eso, ha publicado más de una decena de novelas; algunas de ellas han sido traducidas al inglés, el francés y el alemán. Entre las más conocidas se cuentan: Efecto invernadero (1992), Canon perpetuo (1993), Salón de belleza (1994), El jardín de la señora Murakami (2000), Shiki Nagaoka: una nariz de fi cción (2001), La escuela del dolor humano de Sechuán (2001), Flores (2002), Jacobo el mutante (2002), Perros héroes (2003) y Lecciones para una liebre muerta (2005).
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