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Archive for the ‘Colaboraciones’ Category

Compromiso

Qué signo político debe tener el intelectual comprometido.

Por Martín Kohan.

Quizás fue Sartre, desde París, o quizás fue Julio Cortázar, también desde París, quienes nos habituaron a suponer que toda vez que se habla del “intelectual comprometido” hay que pensar necesariamente en un escritor o un pensador de izquierda, en una postura socialmente crítica, en un fervor de transformación o de revolución. Como si la adopción del compromiso político pudiese cobrar tan sólo un único tipo de signo político.

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Con este texto inconcluso, Sergio Bizzio presentó el sábado su primer disco solista, «Música para pensar sentado».

Por Sergio Bizzio.

Desde muy chico quise dedicarme exclusivamente a la música. Y aunque me dediqué exclusivamente a escribir, no soy un músico frustrado, al contrario: me pasé la vida componiendo.

Para explicar esta contradicción –que no me dediqué a la música y que me pasé la vida componiendo- tengo que hablar de dos etapas: la música concebida de manera abstracta, y el recurso de la ejecución ignorante.

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Cartas

Razones por las que la correspondencia entre Ezequiel Martínez Estrada y Victoria Ocampo es conmovedora.

Por Martín Kohan.

epistolarioEntre los pasajes más conmovedores del epistolario de Ezequiel Martínez Estrada y Victoria Ocampo, están aquellos en los que Ezequiel Martínez Estrada se afirma (y hasta podría decirse que se obstina) en la convicción de que ella es muy superior de lo que cree ser, que es mejor que lo que supone ser. Y que lo es, antes que nada, respecto de aquellos de los que se rodea, a los que por error reverencia; que lo es, antes que nada, respecto de aquellas celebridades presuntas a cuya zaga por error se coloca. Así la elogia Martínez Estrada: como mucho más valiosa que esos a los que ella admira por valiosos. Y está tan seguro de ese parecer, que hasta se permite sugerirle a Victoria Ocampo que se abstenga de publicar sus memorias, tal como ha comenzado a redactarlas, puesto que no hay verdad ni justicia en ese autorretrato; hay en ella, dice él, más méritos que los que parece dispuesta a concederse.

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La agente Carmen Balcells supo darle un lugar a cierta literatura latinoamericana, pero el autor de la nota se pregunta si en realidad no fue a la vez una traba para la publicación.

Por Antonio Jiménez Morato.


Carmen Balcells junto a García Márquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, Donoso y Muñoz.

Cuando alguien muere todo son homenajes, amables palabras y recordatorios. Lo de menos, como todo el mundo sabe, es si el fallecido merecía todos esos homenajes, elegías y demás ditirámbicos excesos que acompañan el descenso a la fosa. No hay responsos incómodos. Y creo que es lógico y benévolo, sobre todo respetuoso para los deudos, y debe ser respetado. Pero, por otro lado, conviene no dejarse llevar por la efusividad y modificar la Historia para halagar al muerto o no incomodar a los que quedan.

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Puan

«Soy renuente a hablar de “academia”, porque la palabra me resulta demasiado pomposa y solemne».

Por Martín Kohan.


La facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fuente: Wikimedia.

No dice nada bueno, a mi entender, sobre el estado de cosas de la cultura en una sociedad determinada, que allí se tenga sistemáticamente en menos la labor universitaria. No me refiero, por supuesto, a la posibilidad de establecer desacuerdos y debates, polémicas y disidencias, con lo que se hace o deja de hacer en ese ámbito, lo que en última instancia no podría sino resultar estimulante para un tipo de práctica que se nutre de la discordancia y propicia los cuestionamientos (y los autocuestionamientos). Me refiero, por el contrario, al hábito del recelo metódico, al ejercicio de un hostigamiento intrínseco. Esa clase de malestar no promueve discusiones productivas, más bien se estanca en la crispación de un encono de tonos antiintelectuales y escasa argumentación.

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¿Usted cómo escribe?

En la lista de las Preguntas Que Más Se Le Hacen A Los Escritores De Todo El Mundo, la de «¿Usted cómo escribe?» ocupa un puesto importante, probablemente en el top five.

Por Luciano Lamberti.


Heminway escribia de pie.

En una entrevista a propósito de su flamante libro de cuentos, Acá había un río, publicado por Nudista, el santafesino Francisco Bitar declara que las condiciones materiales de su escritura lo llevaron a adoptar la forma fragmentaria, instantánea y súbita de sus cuentos. Los escribió durante las siestas, con su hija en brazos, “mientras con una mano le hacía upa, con la otra le pegaba al teclado”. Me gustó esa respuesta, me sentí identificado con ella en mi condición de escritor–sin–tiempo–para–escribir, me pareció que Bitar transformaba sus limitaciones en virtudes y disfruté mucho leyendo el libro, que no se detiene en descripciones y parece regarlarnos el argumento de los cuentos a los que nos tiene acostumbrados: personajes que buscan su destino y se chocan contra las paredes que ellos mismos se ocuparon de levantar, ladrillo por ladrillo.

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San Samuel

Beckett produjo una escritura sagrada para una humanidad sin Dios.

Por Andrés Hax.

Samuel Beckett (Foxrock, Irlanda, 1906 – París, Francia, 1989) pertenece a una categoría aparte de la literatura. Como Franz Kafka y Emily Dickinson, Beckett es un santo secular. En su escritura encarna una versión de la condición humana enfrentada con sus límites: el límite del lenguaje, del cuerpo, del absurdo, de la conciencia. Como los cuadros de Francis Bacon, lo que muestra es un espanto. Pero no es un espanto escandaloso, sino el producto de una lucidez absoluta. Esa es una parte de la santidad de Beckett: su visión (y su representación) del ser humano. Un santo es alguien a quien rezamos, a quien le pedimos ayuda, socorro, paz y luz. Para sus devotos, Beckett obsequia estos bálsamos existenciales. Leer y releer a Beckett a lo largo de una vida se convierte en un proceso litúrgico.

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El escritor boliviano, autor de La desaparición del paisaje, se pregunta qué significa ser escritor en una tradición menor. «Significa tener la ventaja de escribir sin la sombra de monstruos como Borges o Saer, Onetti o García Márquez».

Por Maximiliano Barrientos.

Algunos años atrás, antes de publicar mi primer libro, bromeaba con una idea que entonces, creía yo, perfilaba las líneas del escritor en el que me quería convertir: un escritor que escribía desde y para el cosmopolitismo. La frase, casi un chiste, que repetía a menudo con quien sea que hablara del tema, era más o menos esta: una canción de Lou Reed habla más de mi experiencia vital que cualquier taquirari. Imagino que lo que quería decir con aquello era que la educación emocional que tuve pasaba por productos culturales foráneos, productos culturales que también formaron a un escritor argentino, chileno, norteamericano o español. Esto no significaba que no escribiera historias ambientadas en Santa Cruz, la ciudad donde nací y donde me convertí en adulto, sino que escribía sobre ese lugar desde las estrategias que me aportaban las formas de arte que no eran originarias de mi terruño, y por lo tanto la frase mostraba un rasgo común a algunos de los escritores de mi generación que desdeñábamos el regionalismo y el nacionalismo por considerarlos una limitación autoimpuesta. Luchar contra esta forma de encierro era la única vía para escribir en el siglo XXI sin caer en arcaísmos.

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111

Una reliquia, un recuerdo del pasado, sobrevive en Fitz Roy y Gorriti.

Por Martín Kohan.

111

No es porque estemos dispuestos a retroceder a cada rato en el tiempo que el pasado nos fascina tanto. No es por eso: es porque lo vemos en el presente. Si se tratara del tiempo perdido, si nos exigiera memoria y añoranza, si nos impusiera nostalgia y melancolía, haríamos lo que hacen tantos: evocarlo de vez en cuando, y olvidarlo la mayor parte del tiempo. Pero no es eso lo que nos sucede, sino otra cosa: que lo vemos persistir en el presente. El puro presente, y ahí está, huella o ruina, remedo o reliquia: el pasado. Si no tenemos que rescatarlo es justamente porque lo vemos ahí, tan real y tan actual como lo que empezó a existir ahora mismo. La ciudad de la que somos se nos empieza a volver así un museo de nosotros mismos. Los años, las cosas, las capas de tiempo, se vuelven simultáneas, o se entreveran sin acatar el criterio de la sucesividad cronológica.

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«Quizá el mundo siguiese igual si las páginas de los libros no existiesen, pero la vida de los hombres no sería la misma». Compartimos la maravillosa ponencia que el periodista, traductor y escritor brasileño leyó en el 20º Foro Internacional para el Fomento del Libro y de la Lectura.

Por Eric Nepomuceno.

Eric Nepomuceno

Julio Ramón Ribeyro, cuentista maestro, decía que a través de la literatura podemos seguir inventando trampas y tropezar con manos pensativas.

Manos pensativas.

Eso hizo que un escritor de las islas Canarias, llamado Juan Cruz, llegase a la conclusión de que podemos clasificar a las mujeres entre las que tienen y las que jamás tendrán manos pensativas. Quedó claro, para mí, que manos pensativas serán siempre de mujeres –algunas mujeres…

Porque también para eso sirve la literatura: crear imágenes que nos llevan a conclusiones únicas. (más…)

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«Decir que Ribeyro era el mejor cuentista peruano ya era un lugar común».

Por Antonio Jiménez Morato.

Ribeyro

La feligresía de Julio Ramón Ribeyro es más extensa de lo que pudiera pensarse. Cada día lo compruebo con mayor regocijo. Lo que sucede es que, como un correlato lógico a la personalidad de Ribeyro, sus admiradores son gente huidiza y esquiva, poco dados a elevar la voz o hacerse notar. Vila-Matas inventó una anécdota sobre él que recoge en «Perder teorías», y la afilió a sus diarios, «La tentación del fracaso», donde dicha historia no aparece por lado alguno, que no deja de arrojar una luz bastante exacta sobre cómo podría ser Ribeyro en persona. El relato, en realidad se trata de un cuento camuflado, habla de una visita a una capital de provincia francesa donde había sido invitado a un congreso literario. Ribeyro se sube al tren con los boletos que le remitieron, fue al hotel donde le habían notificado que estaba hecha la reserva, y nadie apareció para presentarse o indicarle a dónde debía acudir. Pasadas dos noches pagadas en el hotel, usó el billete de vuelta para regresar a casa sin que nadie lo echara de menos, lo buscara, ni le pidiera razón alguna de lo que hizo o dejó de hacer. Es más que posible que Ribeyro fuera ese tipo de persona. (más…)

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En Trilce, de César Vallejo, el español suena como un idioma casi extraterrestre, como si no fuera su primera lengua, como música pura.

Por Luciano Lamberti.

Hablo inglés con mi mujer como idioma privado: ella con una pronunciación excelente, yo como un latino ilegal en Miami o uno de esos indios de película del oeste. Lo hablamos para que los chicos no se enteren de determinadas cosas. Cuando comentamos, por ejemplo, la noticia de la abuela rusa que supuestamente asesinó a más de diez personas y se las comió, lo hicimos en inglés. Es nuestro código secreto, y lo será hasta que los chicos aprendan el idioma en el colegio o en la letra de canciones o donde sea que se aprenden esas cosas. Entonces lo abandonaremos para siempre.

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Minotauro

El autor de Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer y Hoteles, y una remembranza del luchador Antonio Rodrigo Nogueira, máximo exponente del brazilian jiu jitsu, quien se movía en el ring como un poeta.

Por Maximiliano Barrientos.

No sé si hay un espectáculo más triste que el brindado por atletas envejecidos que no se resignan a claudicar. Los luchadores, junto a los escritores que escriben con una clara intención de modernos, son los que envejecen más rápido. Un escritor cuando madura, no lo hace tanto por el mejoramiento de la técnica ni por el engrosamiento de su barriga, tal vez lo hace por algo mucho más sencillo: porque deja de escribir desde la nostalgia y empieza a hacerlo desde el resentimiento. Un luchador, cuando madura, empieza a pelear desde el cansancio, y es bien sabido que para ellos no hay creatividad originada en la decadencia. El cuerpo, como se menciona en esa gran canción de Arcade Fire, se convierte en una jaula. Las ganas están ahí y el instinto sigue nuevo, pero la rapidez y los reflejos son parodias de lo que alguna vez fueron. La habilidad para noquear es apenas un fantasma recorriendo los músculos y los nudillos. El cuerpo, en los viejos luchadores de las artes marciales mixtas (MMA), es el lugar de una desaparición, el lugar donde alguna vez aconteció la magia.

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La orquídea

«¿Qué tiene de especial esa esquina? Evidentemente, nada. Presumo, en todo caso, que, bajo la presión constante del prestigio de lo extraordinario, el hecho de poder dar con un lugar así, común y corriente, procura una satisfacción a su manera».

Por Martín Kohan.

La orquídea

El paisaje que más frecuento, y que inexplicablemente añoro cuando me toca ausentarme y estar lejos, es el de una esquina de Almagro: Acuña de Figueroa y Corrientes. Extraño eso cuando no estoy, así como otros, por lo que dicen, extrañan una cordillera o extrañan el campo o extrañan un mar. ¿Qué tiene de especial esa esquina? Evidentemente, nada. Presumo, en todo caso, que, bajo la presión constante del prestigio de lo extraordinario, el hecho de poder dar con un lugar así, común y corriente, procura una satisfacción a su manera.

Este paisaje cambió con el tiempo. Cuando yo lo conocí, hace más de diez años, el Mercado de las Flores ya no existía; en su lugar, o en su reemplazo, estaban sus ruinas, los restos húmedos de su abandono. Luego llegó una hipótesis que no me convence (“Jesucristo es el Señor”), y junto con la hipótesis una consigna que sí me convence pero no me funciona (“Pare de sufrir”). En fin, llegó un templo evangelista de fachada neoclasicoide, que viene a recordarnos que pocas cosas hay tan poderosas en el mundo como el kitsch. (más…)

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El clásico de culto Su nombre era muerte, del mexicano Rafael Bernal, es mucho más que una novela visionaria.

Por Antonio Jiménez Morato.

Y miré, y he aquí un caballo amarillo: y el que estaba sentado sobre él tenía por nombre Muerte; y el infierno le seguía: y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las bestias de la tierra.
Apocalipsis 6:8

El centenario de su nacimiento ha sorprendido a Rafael Bernal entrando, finalmente, en el canon de las letras mexicanas. El Fondo de Cultura Económica –ese proyecto tan imposible como impresionante y por el que uno sólo puede estar agradecido– está reeditando los ensayos El gran océano, Gente de mar y Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI. Su novela más afamada, El complot mongol, que ha sido considerada ya como la primera novela policial mexicana, ha venido siendo reivindicada desde hace años, primero por los escritores de novela negra y más tarde por toda la crítica, como un hito fundamental para entender la novela mexicana contemporánea. La revista del fondo editorial Tierra Adentro le dedica un especial para celebrar la efemérides y de ese modo corroborar su influjo en las jóvenes generaciones de escritores mexicanos. Pero hay otra novela que ha permanecido en la sombra por motivos indescifrables durante demasiado tiempo. Los lectores asiduos de Bernal –feligresía escasa pero entusiasta– ya sabrán que hablo de Su nombre era muerte.

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¿Es posible que un escritor intervenga un cuento de otro (más famoso, más importante) sólo por razones literarias?

Por Martín Kohan.

Un indicio elocuente de la insignificancia social de la literatura, entre los tantos que, lamentablemente, tenemos a disposición, es que en los casos en los que alguien toma una iniciativa por una motivación puramente literaria y, luego, es con esa motivación literaria con la que se explica y se justifica, pues bien: casi nadie le cree. O aparecen unos cuantos, en todo caso, y no son pocos, que se muestran escépticos y suspicaces, no ven nunca en la literatura una razón de por sí suficiente, malician y se preguntan qué clase de cosa hay por detrás. En los casos en los que se produce un entrevero librado en términos de un debate literario, con nerviosidades y acaloramientos, otra vez: casi nadie cree, o al menos muchos descreen; les parece que nadie habrá de ponerse a discutir así apenas por esa cosa nimia (pues para ellos es nimia), una cosa de tan poquita importancia (pues para ellos importa muy poco), como es la literatura. De nuevo sospechan, alzan su ceja, y se interrogan: ¿qué clase de cosa hay por detrás?

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¿Qué diría Borges del proceso a Pablo Katchadjian por El aleph engordado? El autor del artículo afirma que Katchadjian no hizo más que poner en cuestión procedimientos utilizados por el propio Borges.

Por Luciano Lamberti. Foto: Florencia Levy.

pablo katchadjian¡Liberen a Katchadjian! La semana pasada nos desayunamos con la noticia de que la Cámara de Casación revocó la decisión que lo había liberado de responsabilidad penal por haber realizado un experimento con el cuento “El Aleph”, de Borges. El juez Guillermo Carvajal, bajo el título de defraudación a la propiedad intelectual, le trabó un embargo por, ejem, 80.000 pesos, amén de amenazarlo con 6 años de cárcel.

Al “experimento”, tal como lo llamó Ricardo Straface, abogado del escritor y escritor él mismo, lo conocemos de sobra. Katchadjian toma las enumeraciones vertiginosas que el narrador del cuento contempla en el Aleph, ese pedazo del universo capaz de contener al universo entero y que se encuentra en el sótano del horripilante poeta Carlos Argentino Daneri, y las extiende por páginas y páginas (el mismo Fogwill reescribió el cuento en clave porno drogodependiente y lo tituló con el anagrama “Help a él”).

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María Kodama impulsa el juicio por defraudación a la propiedad intelectual a Pablo Katchadjian debido a la intervención que el autor hizo sobre «El aleph», de Jorge Luis Borges, para producir «El aleph engordado».

Por Antonio Jiménez Morato.

Hay una amenaza para la literatura, no ya argentina, sino mundial. Se llama María Kodama. Kodama no es escritora ni editora (tiene libros publicados, pero hasta los Kardashian pueden editar libros), no hace crítica, ni da clases, tan sólo es una viuda. De hecho, esa es su profesión: viuda. Una «tímida viudita» que regenta los derechos del que, posiblemente, sea el escritor más importante del siglo xx. Unos derechos que generan una riqueza abundante y perpetua, que disfrutará hasta el día en que se muera. Pero no es suficiente. A la viudita no le basta con los ingresos que genera la obra de su difunto esposo. No le es suficiente con los recuerdos de su, suponemos, matrimonio feliz (habría que poder hablar con el marido para saber si él fue feliz, e incluso para poder hacerse una idea de los generosos parámetros que él usaría para describir un matrimonio como feliz), sino que, además, la viudita quiere poseer la obra de su marido. No sus derechos, sino la obra. La que ella fue, es y será incapaz de producir. La que es incapaz de entender, la que no está capacitada para interpretar.

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«Una vida corta e intensa, una obra urgente que no deja de crecer, pequeños mitos que van de boca en boca agrandándose».

Por Luciano Lamberti.

vicente luy

¿Quién de nosotros escribirá la biografía de Vicente Luy?

Si nadie se apura voy a hacerlo yo. Materiales no faltan. Una vida corta e intensa, una obra urgente que no deja de crecer, pequeños mitos que van de boca en boca agrandándose, como en el Wallace de Mel Gibson. Todo está servido como en bandeja, para abalanzarse sobre su cuerpo y sus libros y sobre los recuerdos que dejó en la gente. (más…)

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El encuentro entre el autor y el crítico o entre el crítico y el autor no es más que un desencuentro.

Por Martín Kohan.


Roland Barthes

La versión más reciente de la historia consta en el número de la revista Ñ dedicado a Roland Barthes. Es el propio Luis Gusmán quien la refiere y la vuelve más que elocuente. Los hechos ocurrieron en París, hacia 1979. Gusmán llegó de visita a la ciudad y una amiga con contactos en el ambiente intelectual le ofreció conseguir un encuentro con alguien que él eligiera. Gusmán eligió a Roland Barthes. Se pactó el encuentro, que Gusmán pasó a esperar con comprensible ansiedad; pero, casi a último momento, Barthes lo canceló (¿Gesto histérico de una estrella literaria? Nada de eso, más bien lo contrario: gesto doliente del hijo que acababa de perder a su madre y no podía más con la angustia). Unos pocos días después, Gusmán creyó ver a Barthes caminando por la calle. El azar parecía dispensarle eso que, con la pura voluntad, no había podido obtener: un encuentro con Roland Barthes. Entonces, ante el riesgo de perderlo entre la gente, Gusmán se lanzó a perseguirlo, para intentar darle alcance y hablar un poco con él.

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