La escritora, editora y traductora Ana Ojeda responde una columna de Antonio Jiménez Morato publicada esta semana en el blog en la que se discute la traducción como política editorial.
Por Ana Ojeda.
Yourcenar, Faulkner y Graham Greene traducidos por Cortázar, Borges y Victoria Ocampo
Si, como dijo Barthes, mi lenguaje es mi piel, quiero libertad para frotarla cuando, cómo y con quien yo quiera.
Las políticas de la lengua son políticas antes que nada, es decir, no-inocentes, pletóricas de “agenda”. En “La máquina de despedazar historias”, Antonio Jiménez Morato se sorprende de que «en Argentina se critican despiadadamente las traducciones al español que hace una editorial catalana pensando que ése es el idioma que se habla en España, sin tener muy en cuenta que en muchos casos a los peninsulares nos suenan tan marcianas como a cualquier otro lector hispanohablante». Su asombro convoca el mío: discutamos primero porqué una editorial catalana adquiere derechos de traducción para todo el territorio hispanoamericano, en lugar de adquirirlos únicamente para la Península Ibérica, liberando el resto de los territorios hispanohablantes a sus propios editores, y traductores, y versiones de castellano.
En el caso planteado por Jiménez Morato, se trata de traducciones (catalanas) que llegan a América latina; pero existe también otra realidad (aún peor): la de los sellos que adquieren derechos para todo el territorio hispanoparlante a sabiendas de que sólo distribuirán su traducción en territorio español. Es decir: los libros no llegan a esta parte del mundo pero de todas maneras se nos obtura la posibilidad de adquirir derechos para traducir y producir desde aquí. A través de un mecanismo económico (euros vs. pesos), quedamos relegados a –rehenes de– las decisiones editoriales de un lugar muy ajeno, muy lejano.
¿Se trata entonces, como sostiene Jiménez Morato, del «modo en que se lee a los autores foráneos»? Se trata de una cuestión de dinero, es decir: de política comercial, es decir: de dominación.
Jiménez Morato continúa: «Tampoco parecen darse cuenta muchos de los que critican las traducciones que llegan a cuentagotas gracias a la política de protección lingüística de los Kirchner, que la mayoría de las traducciones que se exportan desde las editoriales porteñas suenan tan localistas que logran, otro ejemplo, convertir a un autor brasileño de Porto Alegre que escribe en un portugués tan neutro como correcto en un guapo venido a menos en las tabernas de Almagro que teme que lo “agarre la cana”». En una charla reciente con Inés Garland, traductora —entre otros— de Ni quiero ni puedo, de Lydia Davis (Eterna Cadencia, 2014), ella sostenía que a su entender “las palabras tienen temperatura”. Traducir, entonces, consiste en identificar, distinguir, cuál es la temperatura —el tono— de la obra en su lengua original y encontrar una equivalente en la lengua propia. Por esta razón, estoy convencida, distintas traducciones de un mismo libro generan distintos libros. Un ejemplo exquisito: la traducción española que Paul B. Preciado (ex Beatriz) compuso para Melusina y la que Marlène Bondil entramó para Hekht Libros de Teoría King Kong, de la autora francesa (y pareja de Preciado) Virginie Despentes.
La traducción es un proceso alquímico altamente subjetivo. Convertir la lengua de un autor brasileño de Porto Alegre en la de un guapo de Almagro es una decisión posible, que ubica la cercanía del texto con el lector local en un primer plano, de importancia e interés. Es como traducir el francés martiniqueño de Aimé Césaire en su Una tempestad a un rioplatense explícito, sin concesiones: es entender el mundo desde nuestra manera de hablar, que moldea nuestro mundo. Es ser consciente y, por lo tanto, político. Es ser resistente.
Tras comentar algunas declinaciones de la traducción al castellano, el ansia de la colaboración de Jiménez Morato es, en realidad, recomendar la lectura de Felipe Benítez Reyes, autor español poco conocido del lado de acá. Pero: su texto me basta para comprender que incluso las buenas intenciones reproducen una lógica (imperialista) del lenguaje, que borra las decisiones político-económicas que fundamentan las políticas de traducción, difusión y comercialización de los libros españoles en sus ex colonias: Buenos Aires. Quejarse porque las traducciones argentinas hacen hablar a todo el mundo en rioplatense es no comprender que el lenguaje modela el mundo en que vivimos, no querer ver que la dominación lingüística es, primero y antes que nada, dominación. Del lenguaje. Que es mi piel. Que es política.
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«…discutamos primero por qué una editorial catalana adquiere derechos de traducción para todo el territorio hispanoamericano…» «…sellos que adquieren derechos para todo el territorio hispanoparlante a sabiendas de que sólo distribuirán su traducción en territorio español». Dinero, dominación, euro vs. pesos.
Voto a Ojeda
Cuando hablan «de una editorial catalana» ¿de qué hablan? ¿De un grupo editorial internacional con una de sus sedes en Barcelona? ¿De una editorial con sede en Barcelona u otro lugar de Cataluña? ¿De una editorial que edita en catalán y en castellano? Son todas ellas cosas muy distintas y a la vez significativas que, tratando de estas cuestiones, es necesario precisar.
¿Saben también que el castellano en que se edita en Cataluña es un idioma ficticio, depurado de modismos propios de las zonas donde se habla catalán (es decir, de interferencias del catalán)? ¿Saben que eso también implica una forma de dominación del centro idiomático sobre la periferia? ¿Lo tienen en cuenta?
Elementos del artículo de AJM (o sea, no gastes saliva, Ana):
1. Desprecio gratuito al escritor colombiano Juan Cárdenas, traductor de João Gilberto Noll para Adriana Hidalgo
2. Cortejo gratuito de Marcelo Cohen y de Entropía
3. Desprecio del lector argentino, que leería “bodrios españoles” en lugar de leer lo que AJM nos “alerta” que debemos leer
4. Desinformación sobre la política de importación de bienes culturales de los gobiernos Kirchner, que no es de “protección lingüística” sino económica, de la industria local
5, Errores ortográficos: “ultima” [sic], “abole” [sic]
6. Expresiones caprichosas y carentes de realidad: “si Bioy Casares le hubiera dado un poco de libertad a Borges”, Menéndez Pidal no inventó “versos perdidos para el Poema del Cid”)
7. Errores sintácticos (“que no siquiera es de Pessoa”)
Se intuye que según AJM el “panorama tan solemnemente aburrido como el de la nueva narrativa española” sería menos aburrido si lo hubiese incluido a él y no lo hubiese obligado a buscarse la vida en una universidad de tercera categoría en los Estados Unidos.
Pero el “panorama tan solemnemente aburrido como el de la nueva narrativa española” lo leyó y lo descartó. Lo que demuestra que debe ser aburrido pero mucho más inteligente que quien sea que dirige este blog.
El texto de Ana Ojeda tiene hasta faltas de ortografía. Pero bueno, qué sé yo, capaz ella considera que ignorar la ortografía también es una forma de resistencia al imperialismo. Igual, siendo Ana editora y traductora cabría esperar algo mejor.
Lo de la «lógica (imperialista) del lenguaje, que borra las decisiones político-económicas que fundamentan las políticas de traducción, difusión y comercialización de los libros españoles en sus ex colonias: Buenos Aires» es tan absurdo que casi da risa. Hablar de imperialismo español a esta altura es no enterarse de 200 años que hubo en el medio.
Traducir no es tarea fácil. Nunca lo fue.
Prefiero saber que las traducciones se hacen al «español» en su más amplia extensión. Ya después veré si la edición es argentina, mexicana o española; entonces me ubicaré.
Y, al hacerlo, me enriqueceré con tantos entresijos idiomáticos.
¿Por qué pelear nuestra lengua, tan viajada, ella?
Hay sitio para todas nuestras voces.
PS. Ay, esos porqués…