Por P.Z.
Además de las evidentes referencias a Daniel Dafoe y Fiódor Dostoievski, a quienes convocó en Foe y El maestro de Petersburgo, la obra de J. M. Coetzee está salpicada de menciones a otros escritores. Un ejemplo que ya he citado es El buen soldado de Ford Madox Ford que circula por Juventd, la segunda parte de su autobiografía.
Coetzee, además de un gran escritor, es un escritor ideal para encontrarse y reencontrarse con los clásicos, un «abre puertas». Las lecturas de Coetzee proponen una visión renovadora que terminan influyendo sobre la obra en cuestión. El breve ensayo que escribió sobre Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, por ejemplo, consiguió mejorar la nouvelle del colombiano.
Coetzee también comentó a Borges, y nuevamente consiguió hacerlo desde un lugar imprevisto. «Funes el memorioso» es casi una mención obligada en discusiones sobre la memoria -y la Memoria-, es un cliché. En Diario de un mal año, Coetzee toma a Funes -no a este Funes-, pero salta la observación sobre su asombrosa -y nefasta- capacidad de recuerdo, y avanza hacia una de las consecuencias que conlleva:
Jorge Luis Borges escribió una impasible fábula filosófica, Funes el memorioso, sobre un hombre a quien la regla de contar, e incluso las reglas más fundamentales que nos permiten abarcar el mundo mediante el lenguaje, le son sencillamente ajenas. Gracias a un inmenso y solitario esfuerzo intelectual, Funes crea una forma de contar que no es un sistema, una forma de contar que no hace suposiciones sobre lo que viene después de N. Cuando el narrador de Borges lo conoce, Funes ha llegado a lo que las personas corrientes llamarían el número veinticuatro mil.
En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos decía nueve… Yo traté de explicarle que esta rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
La fábula cabalística y kantiana de Borges nos da a entender que el orden que vemos en el universo tal vez no resida en absoluto en el universo, sino en los paradigmas de pensamiento que aportamos. Las matemáticas que hemos inventado (según algunas versiones) o descubierto (según otras), de las que creemos o esperamos que sean una llave para acceder a la estructura del universo, muy bien podrían ser igualmente un lenguaje privado (privado de los seres humanos con cerebros humanos) con el que garabateamos en los muros de nuestra caverna.
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